Espiritualidad al wok
Después de Avatar llega otro avatar: un niño llamado Aang, que en verdad tiene más de 100 años, vuela sobre un bisonte, dialoga con un dragón en meditaciones profundas, hace ejercicios de un caricaturesco Tai chi (o capoeira) y tiene, naturalmente, que salvar el mundo, aunque es arduo reconocer de que mundo se trata.
Basada en un dibujo animado de Nickelodeon, El último maestro del aire supone ser un filme de aventuras metafísicas, pues si este filme irrelevante tiene algún objetivo es el de introducir la cosmología oficial de Hollywood (en clave infantil y teen), cuyo símbolos, ritos y discurso s remite a la New Age, un ensamble ecléctico y difuso de sistemas de creencias destinadas al consumo espiritual.
En este collage multicultural no exento de ademanes xenófobos (los malvados nunca son caucásicos), el héroe en cuestión viene reencarnando hace miles de años y en cada encarnación debe ser reconocido como el elegido, tras pasar una prueba típica de budistas tibetanos: identificar sus objetos favoritos de la vida anterior.
Aang entenderá tarde que el destino exige sacrificios (y no será el único en aprender esta lección), pero su misión desde un inicio es precisa: luchar contra la Nación del fuego, una horda de caballeros ígneos, liderados por Orzai, quienes desean destituir los espíritus del mundo. En este universo, los espíritus nos observan, pero, aparentemente, también nos cuidan. Aang deberá velar por el equilibrio entre los cuatro elementos, y la relación entre el mundo espiritual y material. Tendrá socios y enemigos, uno de ellos el hijo de Orzai.
Irrelevante en tres y dos dimensiones, M. Night Shyamalan, el director de origen indio de Sexto sentido y El protegido, sus dos grandes películas, parece haber perdido toda su artesanía y ambición estética. Si en Sexto sentido, incluso en otro filme fallido como Señales, los "efectos especiales" provenían de una ingeniosa y delicada puesta en escena, siempre acompañados por una narración clásica, aquí la profusión de efectos digitales intentan salvaguardar un relato anodino, cuyos diálogos explicativos, flashbacks espantosos e iconografía berreta parecen constituir una especie de videojuego didáctico para novicios en el camino espiritual.
No hace mucho tiempo atrás, la mítica revista de cine Cahiers du cinema sostenía que Shyamalan era un verdadero autor dentro del sistema de Hollywood. Después de este filme, tal veredicto resulta tan verosímil como las profecías del 2012; lo podría haber filmado un robot, el maestro Po de Kung Fu o un gurú de California. El último maestro del cine filmó en otro lado.