Cuando el fantasma cuenta su historia
Desde hace décadas, Eduardo Gamba administra las ruinas del Boulevard Atlántico Hotel, en Mar del Sud, del cual ya se había ocupado Mariano Llinás en Balnearios. El film de Orcel, en cambio, se dedica a retratar al personaje, un fabulador nato.
“Veinte los mayores, diez los menores”, tarifa Eduardo Gamba, el octogenario a quien unas zaparrastrosas visitas guiadas le permiten seguir rascando el fondo del tarro de una herencia recibida o apropiada. Gamba administra el hotel más antiguo en pie (o más o menos en pie) en la Argentina: el Boulevard Atlántico en Mar del Sud, balneario levantado a fines del siglo XIX para competir con la surgente y vecina Mar del Plata. Neto perdedor de esa competencia, Mar del Sud y su Grand Hotel comenzaron a decaer a mediados del siglo siguiente. Desde hace décadas el Boulevard Atlántico es una ruina semivacía, ocupada por escombros, guano de gaviotas y caca de palomas. Y por Gamba y su cochambroso perro anciano. Con alguna trascendencia mediática unos años atrás, cuando surgieron reclamos sobre su carácter de okupa, El último pasajero visita, entrevista y convive unos días con este personaje querible y algo cretinesco, apropiador de un terreno de gran valor potencial... o de ningún valor.Fue Mariano Llinás, en su documental/ensayo/farsa fílmica Balnearios (2002), quien revivió el fantasma del Boulevard Atlántico, con su imponente planta neoclásica en medio de la nada y a unas cuadras del mar, su estado de abandono y sus historias. Historias de tornados, de incendios, de amores secretos, de suicidios, de ocupaciones a cargo de una banda criminal que lo habría usado como depósito y aguantadero, de muebles de época y vajilla francesa desperdigados por toda la zona. Narradas las historias del pasado, quedaba por visitar el presente de la imponente mole, tratando de paso de pasarle la escoba a lo real de la leyenda. De allí el subtítulo de El último pasajero, que suena, deliberada o involuntariamente, a una investigación especial de Telenoche.Como bien define el catálogo del Bafici 2014, donde la película fue parte de la programación, El último pasajero es un cuento de fantasmas narrado por el fantasma en persona. Posible versión documental de Beetlejuice, la película de Orcel (realizador francés radicado en Argentina) es también algo así como El desconocido de siempre de Mar del Sud, con Gamba asomándose a lo que alguna vez fueron habitaciones y ahora son paredes rotas en el vacío, revisando las fotos de la novia francesa que no resultó tan francesa o dando visitas guiadas a turistas con tiempo libre, que más que recorrer lo que no puede recorrerse (paredes derruidas, pisos levantados, vigas y restos de parquet amontonados, estancias cubiertas de caca de paloma) consisten en una suerte de sitting stand-up, con el octogenario entreteniendo a la concurrencia con sus historias del hotel y sus conquistas reales o fabuladas.Basta que Gamba se sirva un par de vasos de vino a la noche y se siente en un salón enorme, iluminado apenas con un farol de filmación, para que confiese que toda esa historia de la francesa aureolada de charme “no es cierta, claro”, aunque insista en ser poseedor de un título de propiedad que nunca muestra. Mientras tanto pide que le anoten en la farmacia del pueblo una caja de Ibuprofeno para el perro enclenque, vende en el pueblo unos DVD caseros que incluyen una película de vampiros filmada en el hotel (puede verse un fragmento), cuenta los últimos días de la “francesa” Mabel, cuando terminó “momificada por el diclofenac”, comenta al paso que la noche del incendio dejó una vela prendida no sabe dónde, alquila para la próxima temporada unos “departamentos” ubicados en un ala del hotel y hace referencia, frente a unos visitantes, al estilo “cultural francés, ¿cómo se llama?”, del hotel.El “documental de personaje” es casi un género. Seguramente el más anárquico e imprevisible de todo el campo del cine de lo real. El más a salvo de generalizaciones, el más específico, inefable y singular: el personaje es el que es, no representa otra cosa que a sí mismo. Cochambroso carismático, fabulador menesteroso, dilapidador de riquezas de un siglo de vida argentina para pagarse el matecito y el vinito, a medias entre la caridad pública y la usurpación, Gamba tiene, como personaje, la peculiaridad de lo inatrapable. Inatrapable por la Justicia, inatrapable por la moral, inatrapable por la mirada del espectador. Orcel lo deja hacer, lo muestra en su hábitat, le da lugar, sabe cuándo agarrarlo débil y cuándo soltarlo. El último pasajero se asoma a un pozo sin fondo, cavado dentro de otro pozo sin fondo.