La resistencia del pasado
El realizador Mathieu Orcel trabaja en su film El último pasajero (La verdadera historia) (2014) con varias preguntas: ¿Qué es mentira? ¿Qué es verdad?, ¿Cómo confirmamos o desestimamos versiones sobre un hecho?, y las respuestas no las brinda él, sino que hay que buscarlas luego de ver la película.
En El último pasajero (La verdadera historia) el derrotero diario de Eduardo Gamba, que intenta mantener viva la historia del abandonado “Hotel Boulevard Atlántico”, con sus largas y festivas visitas guiadas, plagadas de anécdotas prescindibles, es uno de los aspectos más interesantes del documental. Orcel sabe que tiene frente a la lente de la cámara a un hábil y verborrágica octogenario tanto más importante que la presencia y la impronta del hotel y es por eso que explota y repara con planos detalles y silencios cada una de las miles y miles de anécdotas que Gamba cuenta a lo largo de la película.
Detrás la historia de ver quién es el verdadero dueño de una de las construcciones de estilo francés más antiguas del país, y que en su momento quiso competir con la incipiente ciudad balnearia de Mar del Plata, hay una construcción discursiva sobre la nostalgia y los fantasmas del pasado. Eduardo se obliga a mantener vivo el lugar, porque sabe que es “parte de él” y para nada le importa que vengan herederos, capitalistas, funcionarios o vecinos a exigirle que deje el predio, porque ya no le pertenece o sí (hay que destacar el contacto sin saberlo que se genera entre la misteriosa historia de adquisición del hotel de Zero Moustafa en El gran hotel Budapest y ésta).
En cada acción que la cámara muestra hay una notoria y marcada necesidad de afirmar la historia de algo que nunca fue y algo que nunca volverá a ser, porque el pasado se presenta en cada una de las destruidas habitaciones, pero también en cada sencilla puesta en escena de Orcel.
Además de ver quién es el dueño del Hotel, también habrá una descripción de una eterna historia de amor. La que Eduardo tuvo con Mabel Dupont, la hija de un aristocrático francés, y con la que quedó prendado desde el primer día que la vio bajando por una escalera en bikini. “Nos enamoramos, como antes, no como ahora” dice Gamba. Y con ella, de una avanzada para la época, también lucho hasta su último día para poder recuperar el esplendor de una era que nunca volvió a habitar el Boulevard Atlántico.
En la elección de los planos multicámara, los travellings y los largos desplazamientos de escena, El último pasajero (La verdadera historia) se ubica en en un lugar privilegiado de los documentales nacionales.