La segunda incursión de Pablo Solarz en la dirección de un largometraje, reconocido guionista de más de una docena de filmes, tiene como puntos muy altos la emotividad que le imprime al texto. En segundo lugar la sobresaliente actuación de su protagonista, en tercer termino y a pesar de las emociones que despliega, en ningún momento cae en el facilismo del golpe bajo.
Puede endilgársele la cantidad de lugares comunes a los que recurre, algunos cliché son de manual, pero pierden relevancia a partir de la historia que narra, como si fuese un compendio de personajes que pudieron haber vivido situaciones similares. No todas juntas.
Lo mismo ocurre con el diseño de la banda de sonido, especialmente la música, a cargo de Federico Jusid, que aparece como redundante sin embargo es extremadamente diegetica, pues impone los climas necesarios a la historia y es parte importante del personaje. Casi configurando en la construcción y desarrollo del mismo
Paralelamente, la dirección de arte en general, el vestuario delineado por Montse Sancho y la fotografía a cargo de Juan Carlos Gomez, en particular, son de un nivel poco común, sobre todo en las producciones nacionales, aunque esta sea una co-producción con muchos otros países
Estructurada como una road movie, el filme nos va llevando en ese camino “iniciático” al punto de partida del personaje, casi como un retorno al pasado hasta ahora reprimido, más por dolor, por las perdidas, que por cualquier otra razón.
Abraham Bursztein (Miguel Ángel Solá) es casi un nonagenario de religión judía, sastre de profesión, la misma que heredo de su familia primaria cuando vivía en la ciudad de Lodz, Polonia, antes de la Segunda Guerra Mundial. Presentado como un viejo gruñón, intolerante, cansado, desilusionado o defraudado por sus propias hijas, pero ante todo de buen corazón. Lugar común si lo hay, pero Solá le da la carnadura necesaria para que nada se sienta como fuera de lugar.
Todo convive en un solo cuerpo. Ahora aparece como una carga para sus hijas, que deciden internarlo en un geriátrico, esa primera secuencia del despojo de lo que le es propio se resignificará a lo largo de todo el filme.
Antes de verse guardado como un mueble, decide que es tiempo de cerrar las historias pasadas, la principal: encontrar a un viejo amigo que lo cuido cuando retornó del infierno del holocausto, único sobreviviente de su familia. Pero esto sucedió hace más de siete décadas, la quimera del viaje no es sólo el saber si logrará llegar a tiempo, nada supo de su amigo en todos esos años, pero había hecho una promesa.
En ese viaje de Buenos Aires a Lodz encontrará ayuda y asistencia de muchísimas personas, muchas de manera inesperada, casi emulando a “Una historia sencilla” (1000), de David Lynch. Así encontrara a María (Angela Molina), una solitaria dueña de un hotel en España, Leo (Martin Piroyansky), un argentino viviendo ilegalmente en España que sabe reconocer cuando esta en deuda y además saldarla, o Gosia (Olga Boladz), una enfermera polaca que todavía siente vergüenza de su pueblo por los actos del pasado y no tiene reservas en ayudar a un viejo extraño y extraviado.
Si la actuación de Miguel Ángel solá es la que sostiene todo el relato, la performance de los secundarios está a la altura de los requerimientos, destacándose Ángela Molina y Olga Boladz.
Un filme versa sobre el dolor, la amistad, los afectos, la deuda, el olvido protector, la memoria necesaria y la mirada más cruda sobre la vejez. Sin embargo y a partir de un guión bien escrito, con toques de humo.r sobre el drama expuesto, en todo momento da la sensación que todo es apoyado en la interpretación.