UN TRAJE BIEN PLANCHADO
Más o menos desde mediados de los 90’s, cuando el cine argentino vivió una suerte de revolución interna que renovó el lenguaje audiovisual y potenció tanto la presencia de autores como la esperanza de un cine industrial que pudiera seducir a las masas, han aparecido sistemáticamente películas que buscan congraciarse con el gran público siguiendo un modelo de cine industrial europeo exitoso. Ese modelo, que tal vez se recuesta en un tipo de cine de hace tres o cuatro décadas, se observa en la producción de directores como Marcos Carnevale, por ejemplo, o en las películas de Adrián Suar. Es un tipo de producto prolijo, logrado técnicamente, narrado con un poco de pericia y que toca muchas cuerdas sensibles y reconocibles para el gran público, simulando profundidad pero quedándose en la superficie con una mirada ramplona. Si se compara con el cine industrial argentino de los 80’s, es sin dudas un avance en la forma y en el nivel de profesionalismo que exhibe; pero no por eso deja de verse avejentado y excesivamente calculado. El último traje, la nueva película del habitual guionista Pablo Solarz, es una muestra más de esto que decimos.
El protagonista de El último traje es un anciano que sobrevivió al Holocausto y que, ante un presente complicado con las miserias de su familia expuestas a simple vista, decide emprender un viaje a Polonia para reencontrarse con un viejo amigo. Estamos ante una suerte de road movie geriátrica, con Abraham Bursztein (Miguel Angel Solá con un maquillaje que no le hace justicia a su gran actuación) cruzándose con varios personajes que lo asisten en el viaje y una película que incorpora acertadamente el ritmo pausado de su nonagenario protagonista al andar narrativo. Y que exhibe, paso a paso, una estructura que mezcla la comedia dramática italiana con esa mirada más neurótica propia de cierto cine judío norteamericano. Esto es, casi, como Estamos todos bien de Giuseppe Tornatore aunque más como la remake Están todos bien que filmó Kirk Jones.
Si El último traje indaga en los sentimientos de un anciano que asiste a la demolición de su mundo de valores, la distancia que impone el director y guionista Solarz con lo que podría ser una comedia dramática italiana está vinculada con la forma asordinada en que la emoción se filtra en cuentagotas. Tal vez sea una decisión la de no ahondar en lo lacrimógeno o tal vez sea una falla de la película, que no pude tocar acertadamente algunas de las teclas emotivas que evidentemente merodea. Pero la respuesta se puede encontrar, posiblemente, en lo demasiado explícito del cálculo. Siendo el director un guionista experimentado, llama la atención cómo se notan demasiado los hilos, que para colmo de males la road movie evidencian con su necesaria estructura de personajes secundarios y funcionales que ingresan y salen. El último acto es la demostración final de que algo no funciona del todo: Abraham logra su cometido, llega a destino, pero lo que allí sucede es meramente ilustrativo, sin entidad ni peso dramático. Como de un plan seguido a reglamento que se cumple sin mayor emoción.
Hay en El último traje algunos asuntos interesantes, como la forma en que el polaco Abraham enfrenta la posibilidad de pisar suelo alemán y lo infructuoso de lograr algún tipo de acuerdo con un pasado tortuoso o con nuestro verdugo. Son ideas que quedan flotando, que por suerte no se resuelven por el lado del aforismo berreta, pero sobre las que tampoco se profundiza demasiado. En definitiva El último traje es una película en exceso correcta y profesional, pero carente de la vibración que habilita el cine, aunque sea como para enojarse. El traje se entrega bien planchado, sin una sola arruga.