Último viaje a Polonia con un magistral Solá
En la perfecta caracterización lo ayuda la maquilladora Almudena Fonseca.
Esta historia de Pablo Solarz tiene dos prólogos. Primero una idílica fiesta judía ambientada en otros tiempos, donde una nena se luce para orgullo de su feliz familia. Luego una mera reunión familiar en tiempos actuales, donde una nena se sale con la suya para alegría del abuelo casi nonagenario. Seguro que ella sabrá defenderse en la vida. En cuanto a la otra, ya veremos si pudo hacerlo.
La cuestión es que quieren poner al geronte en un asilo, y éste huye a Europa, dispuesto a cumplir una promesa antes de morir. Él era polaco. Ya no. Sufrió lo peor en la guerra, y encima cuando pudo volver a su casa la encontró ocupada por el empleado de su padre (algo bastante común en esos tiempos). Enfermo, hecho un paria, sobrevivió solo gracias a un amigo católico. Y ahora quiere verlo.
Avanzan los recuerdos a lo largo del viaje. Y avanza también una serie de experiencias nuevas, que abrirán un poco la cabeza de ese viejo admirable pero demasiado terco y resentido, entre otros defectos. A fin de cuentas es un ser humano. Protagonista absoluto, Miguel Angel Solá, que compone su papel con enorme maestría, intensidad y mucho detalle, alternando bromas y dolores. En la perfecta caracterización lo ayuda la maquilladora Almudena Fonseca, y le dan la réplica Natalia Verbeke, Julia Beerhold (dos momentos fuertes), Matías Piroyansky, Angela Molina, Max Berliner, Cristóbal Pinto (el agente de Migración), la bonita Olga Boladz y Jan Mayzel, actor de Kieslowski, para el emotivo final con música de Federico Jusid. Buena película. Pero nos deja una duda: ¿y si Berliner hubiera hecho el protagónico? No precisa maquillaje, es casi centenario, buen actor dramático aunque mayormente haga comedias, y hasta nació en Polonia. Hubiera sido la coronación de su carrera. Pero lo conocemos sólo nosotros. Además, quién sabe cómo anda del reuma.