Una frase hecha dicta que el destino no importa, sino el viaje que se hace para llegar a él. Casi siempre esto es dicho en el contexto del aprendizaje, la maduración que uno tiene gracias a la experiencia. El Último Traje se desvía de esta premisa como una oportunidad de conocer mejor a un personaje. El espacio como detonante del recuerdo y como desafío.
De punta en blanco
Abraham es un sastre jubilado cuyos hijos vendieron su casa y deciden enviarlo a un geriátrico. Concretando los detalles de la mudanza, él se cruza con un traje que está todavía en su funda. Con la intención de hacerle llegar el traje a su dueño, Abraham emprenderá un largo viaje desde la Argentina hasta Polonia.
Por el costado del guión, El Último Traje es una narración bien armada que consigue sostener el interés del espectador, y eso se debe a un segundo acto prolijo y de sendos obstáculos, tanto a nivel externo como interno. Un espectador paga una entrada para ver a un protagonista enfrentarse a diversos abismos, y observar cómo su personalidad responde al desafío de cerrarlos, lo que está dispuesto a hacer o no. En definitiva: que el espectador se pregunte “¿Y ahora cómo va a hacer?” Por obvio que pueda sonar, esto es algo que la película se propone en cada secuencia y lo logra. No obstante, si hay una desventaja a señalar es que, entrado su desenlace, incurre en algunas contradicciones con la lógica propuesta y situaciones forzadas que le quitan más lustre del que pudo haber tenido.
Otro punto a destacar es cómo se abarca el rol del Holocausto en la vida del protagonista, una cuestión que la película desarrolla paulatinamente. Empiezan como gestos físicos, luego como anécdotas y terminan en el flashback hecho y derecho.
En materia actoral, Miguel Ángel Solá entrega una interpretación notable de este anciano sobreviviente del holocausto. Una cara conocida que desaparece bajo la de su personaje, con la ayuda de la voz y los movimientos que le aporta. Entre los secundarios, tenemos labores funcionales a las necesidades del protagonista, pero quien verdaderamente destaca esAngela Molina con su carismática interpretación de la tierna dueña de un hotel aunque sin pelos en la lengua.
En materia técnica, la fotografía y el montaje responden netamente a las necesidades interpretativas. Estas son apoyadas por una sobria labor de dirección de arte y un sutil pero detallista diseño de vestuario, que toma fuertemente en cuenta el pasado de sastre del personaje. A todo esto, no podemos olvidar la notable labor de efectos prostéticos: elemento crucial para hacer creíble a Solá como un hombre de 80 y pico de años.
Conclusión
A pesar de un desenlace que pudo ser mejor, El Último Traje consigue llegar a buen puerto como un todo, gracias a un segundo acto funcional en su desarrollo y a la labor consumada de su protagonista. Se propone ser un cuento bien contado dentro de sus posibilidades, y lo logra.