El último verano de la boyita es el último porque en él Jorgelina descubre, comprende y puede vivir algo relativo al amor, a las diferencias y la madurez. La boyita, la casa rodante, que en el imaginario de tantos argentinos significa el viaje, las vacaciones; tiene para ella el sabor de la infancia, del verano lejos de la escuela, del campo junto a su padre, de las búsquedas, de la libertad para curiosear por ahi...
Y en esa búsqueda encuentra a Mario, un niño de su edad que vive y trabaja en el campo. Se hacen amigos y comparten mucho tiempo, tanto que Jorgelina llega a descubrir el secreto de su anatomía.
La intersexualidad pone en juego distintos discursos: el de los padres que no pueden concebir algo distinto a un machito, el de la medicina que habla de confusión al nacer y el de los niños, más libre y que es el más fuerte en el filme.
Mario, después de haberse escapado de la violencia, regresa al pueblo solo para ganar su carrera (una escena clave que condensa y resuelve la linea argumental), y Jorgelina lo invita a aceptarse, a quitarse la faja y entrar al río, que baña a todos por igual.
El núcleo narrativo remite a XXY, de Lucía Puenzo, pero en ésta película el estilo de Solomonoff, las escenas como pinceladas de un retrato realista de lo rural, marcan la diferencia.