Esta es una recomendable película de terror y ciencia ficción que se hubiera beneficiado con otro título que no mencionase la palabra “zombi”. En los 90 el cine de género casi había desaparecido en la Argentina. Por eso, las comedias casi no tenían gags, los policiales como mucho tenían un tiroteo, y hasta un psychothriller de la era de “Seven” mostraba sólo un tajito en un cadáver. Esa tendencia no se ha revertido del todo, y basta señalar que incluso “El secreto de sus ojos”, de Campanella, tenía una sola escena de acción y suspenso, la formidable persecución en el estadio.
Esto es lo que pasa con esta buena película de Martín Basterretche, un muy interesante film de zombies al que, sin embargo, le falta mordida. La trama está muy bien planteada para ir generando intensidad sin que decaiga: un centro de investigaciones llama al mejor alumno de un genio en infectología que ha enloquecido al tratar de curar su esposa enferma, al punto que empezó a experimentar con ella y luego desapareció junto con los aparatos importantes de su laboratorio.
Así que el alumno, un medico forense, se convierte en detective y descubre que hay un spa en una playa perdida y solitaria, la pista para encontrar al profesor. Eso lo lleva a una hostería cercana, donde se van desencadenando los hechos. Pero cuando arranca la epidemia zombie de verdad, la falta de muertos vivos comiendo tripas al estilo George Romero decepciona un poco. Aquí hay un original nuevo concepto de zombie desatado por una humo químico, y nadie se almuerza a su prójimo. Hay acción, pero no gore, pero la película se puede recomendar por el prolijo estilo narrativo, la excelente dirección de arte y fotografía y las actuaciones buenas y parejas, como la de Matías Desiderio y Clara Kovacik.