La película de no hacer nada
"El Vagoneta" propone una sátira al mundo del cine que sólo cumple su promesa en los minutos finales.
Cuatro amigos dispuestos a vivir del alquiler de un cartel de publicidad montado sobre la casa de uno de ellos es la base sobre la que se sostiene esta comedia nacida de una serie emitida por Internet. Algo de la estética de bajo costo del formato original ha sobrevivido en su paso a la pantalla grande, tanto en los encuadres y en movimientos de cámara como en la narración y en las actuaciones.
En los tramos iniciales, el resultado de esa estética informal es bastante desprolijo, como si se tratara de un video casero hecho con buena voluntad y mejores intenciones, pero con un déficit importante en el rubro talento. Las situaciones son mecánicas, los chistes son flojos y los personajes tiene la misma vida que caricaturas de cartón reproducidas en tamaños real.
Están a punto de perder el bendito cartel si no consiguen una publicidad y así surge la ocasión de alquilarlo para promocionar una exitosísima película titulada "El tanque". El inconveniente es que sólo podrán encontrarse con el productor en el Festival de cine de Mar del Plata.
Claro que para lograrlo deberán superar infinitos obstáculos. En la setallada y morosa presentación de esos obstáculos radica buena parte de la apuesta cómica de la película. Cada paso adelante implican tres para atrás, aunque esa imposibilidad tiene una raíz personal o familiar nunca social, lo que aleja a la película de cualquier dudoso vínculo con la comedia de costumbres.
El desfile de personajes televisivos, como Karina Jelinek, Silvina Luna, Gastón Pauls, Guillermo Francella, pone en entre paréntesis la voluntad de El vagoneta de ser una sátira del mundo del cine, aunque en los tramos finales encuentra esas gracia que estuvo buscando desde el principio.