En la compleja zona del absurdo
Cuatro amigos del barrio, un cartel, un sueño y muchos cameos.
No laburamos más, labura el cartel” es el lema, la zanahoria que impulsa las burradas de una pandilla de cuatro barriales amigos (Matías, Ponce, Rama y “el Gordo”). De hecho, a la Sísifo, el una y otra vez reiterado intento por vender el espacio mercachifle en una estructura publicitaria apostada en la terraza de Matías (Juan D`Andre) para, obviamente, “que labure el cartel”, fue el motor de la comedia del “rioba” (¿respuesta no intencional al “no actor” del cine argentino contemporáneo?) que caracterizó la primera forma de El Vagoneta , que desde 2008 existe como serie web, con capítulos de cinco minutos.
En su primer paso en, como diría cualquiera caricaturesco personaje del filme, “el mundo del cine”, El Vagoneta, en el mundo del cine narra cómo la pandilla tiene que salvar a su Santo Grial del ficcional Ente Regulador de Carteles que, si la situación del vacío publicitario persiste, desarmará la estructura.
Pero el cine, al parecer, los salvará: un tanque, el tautológico tanque comercial del momento que inunda la cartelería de la ciudad (cualquier semejanza con la irrealidad millonaria que inunda página, espacios públicos y otro rincones, obviamente, no es casualidad).
En el tono del filme, donde la impostación de lugares comunes es el motor de cierto absurdo no pirotécnico (es costumbre argentina que el absurdo venga únicamente en talle XXXL), será “la película del momento” la responsable de la salvación del cartel y, por ende, del sueño comunal vagoneta.
La conexión de El Vagoneta , serie web y ahora película, dirigida por Maximiliano Gutiérrez, se da antes que con la comedia contemporánea argentina (¿hay?) con la galaxia gestada en la tierra donde reina Will Ferrell: la comedia norteamericana actual.
Quizá responsabilidad de la expansión a un relato superior a los cinco minutos, El Vagoneta, en el mundo del cine mantiene esas pistas del norte (los cameos de Francella a Pocho la Pantera, o la desubicación leída como clave que distorsiona y sobreexpone el día a día), pero no sabe darles un cuerpo, un sabor, una textura.
Hace sentir programática, diagramada, demasiado arquitectónica la comedia (casi publicitaria): su absurdo no respira, parece, como la cartelería, diseñado para funcionar en un determinado y cuadrado marco.