Redención en el desierto
En este drama, Isabelle Huppert y Gérard Depardieu interpretan a una ex-pareja que se reencuentra tras muchos años para hacer el duelo de la muerte de su propio hijo. Está en cartelera del Cine Universidad hasta el miércoles.
Ambos estaban distanciados de él, principalmente ella, y aunque no lograremos sabemos mucho más sobre el hijo (solo que era gay y fotógrafo) quedará en relieve la inmensa culpa que atraviesa a ambos padres. ¿Será que lograrán redimirse en ese paisaje polvoriento y caliente, a 50 metros bajo el nivel del mar?
Y aunque por momento parezca un infierno, ellos esperan ahí una revelación más cercana al cielo: antes de morir, su hijo les prometió que ahí se reencontrarían una vez más. Pronto empezarán a aparecer “señales”...
El guión puede parecer por momentos inconsistente: por ejemplo, situaciones cómicas que sacan de clima, sobre todo derivadas del hecho de que ambos personajes también se llaman Isabelle y Gérard, y además ¡son actores! Por otra parte, es mejor evitar este filme si lo que se busca es una historia cerrada y feliz.
Porque aquí Nicloux (“La religiosa”) tiene aciertos que van en otras direcciones: además del elenco, hay buena fotografía (planos panorámicos y casi siempre buscando la simetría) y, sobre todo, una banda de sonido orgánica con la imagen: ¡los jadeos interminables de Depardieu, cuya obesidad tiene proporciones marinas, pueden llegar a hacernos sufrir! Porque el calor está en todas partes...
Y por otro lado asistimos a una Huppert (que vimos en un mismo año en “Elle” y “El porvenir”, aunque esta película sea anterior) llena de caras de asco a la cultura yanqui y siempre pedante, aunque aquí la muerte de un hijo le permite mayor extroversión (llanto, mucho llanto).
La música merece párrafo aparte, porque no solo es buena, sino que nos permite entender la película: ya en los primeros segundos (con un plano secuencia donde la cámara sigue por detrás a la actriz mientras camina) escuchamos acordes lentos y agudos de un conjunto de cuerdas. Son místicos, lejanos, flotantes...
Es “The Unanswered Question” (“La pregunta sin respuesta”), de Charles Ives, una de las piezas más inquietantes compuestas en el siglo XX en la música clásica. Aquí escuchamos cómo, sobre un fondo de cuerdas lentas y tenues, surge y desaparece una melodía solitaria e incómoda de trompeta, y después unas intervenciones disonantes y espasmódicas de instrumentos de madera.
Para muchos, en ese ejercicio de contrastes musicales Ives quiso manifestar una pregunta de corte existencial: en “El valle del amor” Guillaume Nicloux hace lo mismo. Porque aquí también hay de fondo una evolución psicológica lenta y dolorosa, con momentos donde el duelo se interrumpe por “señales” perturbadoras (hay un sabor a David Lynch en ellas).
Como la música elegida, hacia el final nos damos cuenta que esta película tampoco nos dará respuestas. Y, si la tuviera, será una hipótesis del espectador: ¿Vencerá la muerte o el amor en ese valle? ¿Volverán a ver a su hijo? Pistas hay, al menos.