El reencuentro entre dos leyendas actorales del cine francés es el mayor placer que regala esta tragicomedia.
Pasaron 35 años desde que Isabelle Huppert y Gérard Depardieu filmaron la notable Loulou, de Maurice Pialat, pero nunca es tarde para el reencuentro en pantalla de dos figuras insoslayables de la mejor historia del cine francés. El responsable de semejante proeza fue el guionista y director Guillaume Nicloux, quien construyó en El valle del amor una película a la medida de ambos intérpretes.
Tal es así que Huppert y Depardieu son -en la ficción- Isabelle y Gérard, dos estrellas que alguna vez estuvieron casados y se reúnen en el Death Valley de California (la zona desértica donde Michelangelo Antonioni rodó Zabriskie Point) a pedido de su hijo Michael, un fotógrafo gay que se ha quitado la vida seis meses antes y les ha dejado una carta para que ambos acudan a una cita en la que -asegura el suicida- él miso aparecerá. Así de absurda, incómoda, metafísica y existencial es la propuesta del prolífico realizador de La religiosa y El secuestro de Michel Houellebecq.
A pesar de ser una película sobre el dolor, la culpa, la decadencia y la pérdida, El valle del amor también es sobre el amor, el reencuentro, la espiritualidad y la redención, en la que tanto Depardieu como Huppert se permiten varios momentos de humor bastante logrado y, sobre todo, de autoparodia respecto de sus propias carreras y de su lugar como intérpretes (sobre todo cuando son abordados por turistas estadounidenses en las instalaciones del resort donde se instalan).
Si bien está lejos de ser una película del todo convincente (la puesta en escena y varias situaciones de Nicloux son más bien torpes), la imponente presencia de la dupla Depardieu-Huppert hace de esta tragicomedia un film digno y entrañable.