Dos íconos franceses enfrentados
Isabelle Huppert y Gérard Depardieu son los padres divorciados que se encuentran tras el suicidio de su hijo.
Desde Loulou (1981), de Maurice Pialat, que Isabelle Huppert y Gérard Depardieu no aparecían juntos en una misma película. Son casi dos monumentos del cine francés, y son el principal atractivo de esta tragicomedia que los tiene como protagonistas.
El filme de Guillaume Nicloux (El secuestro de Michel Houellebecq, La religiosa) abre con un extensísimo plano secuencia siguiendo de espaldas a Isabelle (los personajes se llaman como los actores) caminando por un motel, un resort polvoriento de California. Allí ha ido Isabelle, y también su ex marido, Gérard, por expreso pedido del hijo que tuvieron juntos, y que se ha suicidado.
Y allí están, en pleno Valle de la muerte -donde Michelangelo Antonioni filmó Zabriskie Point-, con un calor insoportable, cumpliendo la promesa. Seis meses atrás, Michael, que era un fotógrafo gay, les dejó una carta a cada uno, tal vez cuestionando que lo hayan abandonado un tanto siendo niño. Y a la vez que les sugiere lugares, puntos de visita estratégicos en el Valle, les asegura que se aparecerá allí, ante ellos en pleno desierto.
La trama entra como a una batidora en la que se entremezclan la culpa, lo metafísico y el dolor, pero también el humor y ese solazo intolerable que hace transpirar como nunca al obeso Depardieu, y deja marcas en ellos.
Bien dicen que a veces hay que creer o reventar, y en El valle del amor ocurren cosas extrañas. ¿Acaso Michael ingenió esa idea de que sus padres se reúnan para que hagan una catarsis que se deben desde hace muchos años? ¿En verdad puede aparecerse ante ellos, o será sólo una cuestión de venganza? ¿Están acaso drogados?
Sí, definitivamente hay algo de David Lynch merodeando -sólo merodeando-, con una Huppert con carita de asco, desaprobándolo todo, y un Depardieu que parece ganarle la pulseada esta vez a la estrella femenina. Porque El valle del amor es –son- ellos dos.
El hecho de que los personajes se llamen como los intérpretes, y que también sean actores de renombre en la ficción, no hace más que demostrar que es un filme hecho para ellos. Magistral el gag en el que un turista estadounidense reconoce a Depardieu, pero no recuerda su nombre, y hay qué ver cómo firma su autógrafo el actor de Cyrano de Bergerac.