El acoso sexual está mal, el chantaje laboral está mal, el abuso de poder está mal, el encubrimiento corporativista y machismo mafioso están mal, la cobardía violenta está mal, la falta de empatía convertida en egoísmo agresivo está mal, callarse ante la injusticia está mal y combatir la injusticia está bien. Para decirnos todo eso, Marco Tullio Giordana hace una película no mucho mejor elaborada que las afirmaciones de la oración precedente. En una sucesión de momentos que de tan previsibles y ramplones parecen escritos por un robot empachado de libros de autoayuda, El valor de una mujer desvaloriza a las mujeres, a los hombres y también al cine (y encima osa mentar a grandes directores y poner sus retratos). Con su carencia de inventiva, además, esta película desvaloriza en particular al cine italiano y a sus mejores tradiciones. La protagonista es una empleada de una clínica y asilo para mayores que es acosada por el director del lugar (la escena crucial es torpe, obvia, actuada con hiperconciencia del significado de cada gesto), y que luego lucha para lograr justicia y también para protegerse de las represalias que se derivan de no dejarse avasallar. El valor de una mujer es un ejemplar más del relato aleccionador "de buenas intenciones", del cine superficial de denuncia cargado de énfasis desde el primer momento, de trazos gruesos y de torpezas. El director es el mismo de las recomendables Cien pasos y La mejor juventud, pero aquí ni se notan esas virtudes del pasado.