UN HOMBRE SIMPLE
Imaginemos un señor, tranquilo, macanudo con sus pares, en algún lugar perdido de la provincia de Buenos Aires, con mujer e hijos, trabajando en una empresa y al que la mayoría conoce como un buen vecino que ha nacido en Alemania pero se defiende bien con el castellano. Bueno, resulta que un día se lo llevan para “juzgarlo” en Jerusalén porque ese hombre simple que se hacía llamar Ricardo Klement es en realidad Adolf Eichmann, el mayor asesino de escritorio de todos los tiempos, el nazi que antes de ser ejecutado agradeció a su patria, a Austria y a Argentina. En otras palabras, la situación anterior remite a una de las expresiones más controvertidas dentro del campo de pensamiento en el Siglo XX, acuñado por Hannah Arendt, la “banalidad del mal”, o cómo detrás de apariencias nobles asoman monstruos.
De esto y otros asuntos se encarga el interesante documental de Rosario Cervio y Martin Liji, desde una óptica siempre movediza entre “lo real” y lo ficcionado. La protagonista, la que sostiene el hilo de la investigación es traductora, se llama Renate Liebeskind y la vemos en varios pasajes mirando y analizando el famoso juicio en el que Eichmann permanece en una cabina blindada escuchando y respondiendo preguntas. Aún hoy, esas imágenes producen escalofrío, al mismo tiempo que confirman el circo judicial tramado alrededor con la crónica de una muerte anunciada. El sesgo particular de El vecino alemán es su enfoque. Se eluden búsquedas cibernéticas y reiteraciones de otros films alusivos. Por el contrario, se va al lugar de los hechos, al pueblo en el que Eichmann vivió camuflado, para rastrear testimonios y huellas bibliográficas que puedan arrojar alguna luz más sobre lo ocurrido. La investigación está ligada a la experiencia de quien la lleva a cabo, desde el más mínimo detalle. El visitar y recorrer los lugares por donde estuvo el jerarca nazi es una condición sine qua non para poder escribir algo, narrar la historia, un parámetro ligado a toda una corriente novelística e historiográfica deudora del pensamiento decimonónico que hasta parece anacrónica en relación a las posibilidades tecnológicas imperantes. Por el contrario, del mismo modo que Tolstói para escribir La guerra y la paz tomaba notas para inspirarse en los que habían sido los campos de batalla, Renate vuelca apuntes en su libreta mientras escucha a filósofos, historiadores, jueces y a todas aquellas personas que conocieron u oyeron hablar del personaje en cuestión. Lo hace de manera despojada, con rostro impasible. Sólo una vez parece quebrarse ante un tremendo testimonio de un sobreviviente deudor de los relatos descarnados que transitan por el Shoah de Claude Lanzmann. Esta gelidez enunciativa es proporcional a la elección formal del documental, dividido en episodios, y carente de cualquier música sospechosamente intrusiva.
De este modo, El vecino alemán se suma a una extensa cadena de películas referidas al caso, pero desde el riñón mismo de la estadía de Eichmann en nuestro país, lo que le otorga un valor añadido. Primero por contribuir a seguir desentrañando una tragedia; segundo, porque nos obliga a mirarnos una vez más como país en un espejo oscuro y pantanoso, de historias secretas, que acaso puedan justificar el presente como el futuro.