Crimen y castigo
Volviendo de un paseo con su perro por el parque, Patrascu sube la escalera de su edificio mientras escucha a una vecina discutir acaloradamente con un hombre, que luego sale al rellano y lo saluda. Es su vecino de abajo. Al día siguiente, la joven es encontrada muerta. El protagonista no comenta el incidente con su familia ni se lo informa al inspector de policía. La muerte, como la pelea de los amantes, ocurre fuera de campo. El sonido determina las acciones de un modo extraordinario. Con una notable economía de medios y un sistema formal riguroso, El vecino hace de Patrascu la figura central de todos los planos, estoico sobre un decorado fuera de foco, tensionado entre callar o comprometerse con la verdad. La sutileza de la película descansa en Teodor Corban, que imprime íntimos matices a su encarnación de un personaje y de un mundo.
Patrascu sigue su rutina de trabajo, concentrado en crípticas conversaciones telefónicas o resolviendo las complejas formalidades administrativas para la matriculación de vehículos. Pero el incidente afecta su conciencia como cómplice involuntario. Radu Muntean logra mostrar este golpe sutil sobre la conducta del protagonista con pequeños detalles en el lenguaje corporal que evidencian el dilema moral que está afectando físicamente su vida cotidiana. La película se construye a imagen y semejanza del trabajo repetitivo y meticuloso del protagonista. El comportamiento ambiguo se mantiene incluso cuando Vali, el presunto asesino, comienza a insinuarse en la vida de Patrascu, pidiéndole actualizar su registro o yendo a instalar internet a su casa. Como una mala conciencia, aquella silueta difusa en la escalera regresa y termina en su mesa familiar. El protagonista vuelve a la escena, como Raskolnikov luego de su crimen. Pero el castigo es periférico: es la culpa del testigo. De a poco, el malestar de Patrascu se contagia de una tensión perturbadora, penetrante y creciente. En un momento, la furia será incontenible, habrá un enfrentamiento físico asombroso y el realismo se irá desbordando de un modo imperceptible hacia una pesadilla latente donde los niños devienen sonámbulos para inquietar nuestra conciencia.