Un asesino en mi cabeza
En El vecino (Un etaj mai jos, 2015), el realizador rumano Radu Muntean indaga en el cimbronazo que produce en la vida de un hombre de clase media la posibilidad de vivir cerca de un asesino.
Muchos años han pasado desde los estrenos de La noche del señor Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu, 2005) y 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamani si, 2 zile, 2007), películas que formaron parte de la “piedra fundacional” de una generación de realizadores rumanos que no tardó en consolidarse como una de las gemas del circuito de “cine arte” o “cine de autor”. Esos realizadores ya van por su tercera o cuarta película, lo cual sirvió para demostrar que “la nueva escuela rumana” fue algo más que una moda pasajera. Con El vecino, Radu Muntean (director de Aquel martes, después de Navidad) se mete de lleno en la vida de Patrascu, un hombre que se enfrente a la posibilidad de vivir a escasos metros de un asesino.
Drama de conciencia envestido de thriller psicológico (denominación no desacertada, pero más amparada en criterios publicitarios que artísticos), en El vecino hay dos elementos de fuerte irradiación dramática. El primero es aquel que configura la anécdota: un hombre de clase media, Patrascu, llega de pasear a su perro y escucha una discusión entre sus vecinos del piso de abajo. La puerta se abre y ve salir a un hombre, quien nota su presencia y –en cierta medida- su intromisión. Al poco tiempo, la mujer aparece muerta: ¿accidente o asesinato? El segundo elemento refiere a lo que produce ese hecho en la vida de Patrascu, tan potente que le genera una tensión interna capaz de incidir en todo su vínculo con el afuera: con el propio vecino, con su trabajo y –sobre todo- con su familia, por más que intente disimularlo.
Si de algo se valió esa generación de realizadores que apuntamos al comienzo fue de la concisión en términos de puesta en escena, concisión que no significa “simpleza” en lo más mínimo: “tiempos muertos”, planos secuencia, diálogos extensísimos capaces de revelar todo un mundo. Una serie de procedimientos que en buena medida coincidieron en un apunte político; una mirada cruda sobre la vida en sociedad en los tiempos post-Ceausescu, en donde convergen las tensiones con el capitalismo moderno y los mecanismos de constricción dictatoriales que persisten en la post-dictadura. Si Corneliu Porumboiu había ido un poco más allá con El tesoro (Comoara, 2015), adosando a ese marco la candidez propia de un relato de aventuras, en El vecino Munteaun se nutre del arco dramático de Alfred Hitchcock y tiñe a su relato de noir, aunque esta sea una de las películas más luminosas (en términos de fotografía) que el cine de su país haya entregado.
De forma un tanto forzada, Patrascu se relacionará cada vez más con el presunto asesino, a partir de un pedido de tipo laboral. Ese supuesto asesino se le revelará como un catalizador de todos sus temores. Más aún cuando genere cierta empatía con su mujer y su hijo… sonámbulo. Cada paso del vecino dentro de su mundo cotidiano es, a la vez, la certidumbre de la omnipresencia de lo siniestro, la sensación de inestabilidad y temor que lo acompaña en todo el metraje, y que encuentra en el fuera de campo la concreción formal para transmitirle al espectador toda su angustia. ¿Angustia por no saber, por el temor ante la presencia de un asesino, por reconocer que no siempre se puede tener el control? Imaginará usted que la riqueza de la película no reduce el resultado a alguna respuesta, sino más bien lo contrario: la instalación de una duda que se revela como una incomodidad bien contemporánea.