El siglo XXI ya no volverá a ser el que fue
Basada muy libremente en el cuento “We Can Remember It For You Wholesale”, de Philip K. Dick, esta versión hace mayor hincapié en el componente paranoico del original. Y respecto del film de 1990, éste luce más serio y oscuro. Es que el mundo cambió y el futuro también.
Ahora, el futuro está más cerca. Tal vez por eso la nueva El vengador del futuro es más oscura, más seria, más circunspecta que la anterior. La historia sigue transcurriendo a fines del siglo XXI. La diferencia es que la vez pasada, en 1990, el siglo XXI era otro siglo. Ahora estamos en él. La guerra química ya tuvo lugar y del planeta Tierra quedan sólo dos focos poblados. Uno es la Federación Británica Unida, centro del poder mundial. La otra, llamada simplemente La Colonia, coincide con lo que alguna vez fue el continente australiano. Así como a fines del siglo XVIII Londres usó ese país como vertedero de asesinos, criminales e indeseables, tres centurias más tarde allí se hacinan los trabajadores, los explotados, que en 17 minutos llegan a la FBU y en otros 17 están de vuelta en casa. Por algún lado anda un grupo de resistentes, al que el canciller británico quiere aplastar de una vez. Entre unos y otros, un hombre llamado Douglas Quaid, que se pasó la vida fabricando robots. O eso le hicieron creer los que gobiernan su mente. Porque la realidad es muy distinta.
Qué es la realidad es una de las sospechas que esta segunda El vengador del futuro (se mantiene el título sin sentido que en Argentina tuvo la primera versión de Total Recall) vuelve a inocular en el espectador. Basada muy libremente en el cuento “We Can Remember It For You Wholesale”, de Philip K. Dick, la nueva versión hace mayor hincapié en el componente paranoico del relato original. Componente que la versión 1990 subsumía en su tachín-tachón de colorinche berreta y divertido. Todo lo cual no debe leerse en sentido peyorativo: había una deliberada opción por el trash, el pop y la clase B en la versión que Paul Verhoeven dirigió a partir de un guión de Ronald Shusett y Dan O’Bannon, autores de Alien. En 1990, con Bill Clinton recién asumido –tras una década entera de reaganbushismo–, el cine estadounidense podía permitirse un héroe que fuera trabajador minero, soñando alegremente con el triunfo de los antisistema. Veinte años más tarde el futuro pinta mucho más oscuro, y la posibilidad de venganza, mucho menor.
Dennis Quaid (un ceñudo Colin Farell) no trabaja ya en una mina marciana, sino en una fábrica de “sintéticos”, eufemismo con que las autoridades designan a los robots. Detalle interesante, los “sintéticos” que Quaid ayuda a ensamblar son policías. Los mismos con los que terminará combatiendo y cuya armadura albinegra no recuerda tanto los colores de All Boys como las fuerzas armadas de La guerra de las galaxias. Son robocops, claro: guiño al paso a Verhoeven, que también dirigió esa película. Hastiado de la rutina, Quaid va de casa al trabajo y del trabajo a casa. En el trabajo tiene un amigo, Harry (el morocho Bokeem Woodbine). En casa lo espera su esposa, Lori (Kate Beckinsale), que por lo visto trabaja en las fuerzas de seguridad. Cuando Dennis descubra que los sueños en los que se imagina combatiendo a las fuerzas del orden, junto a una amazona llamada Melina (Jessica Biel), no son tan sueños como parecen, su mundo empezará a ponerse patas arriba. Dará la vuelta de campana cuando se enfrente a patada limpia a aquellos en quienes más confía, respaldado por los que nunca creyó llegar a conocer.
Fotografiada en una clave tan baja que da la sensación de tener puestos los anteojitos 3D, al agudizar los temas dickianos por antonomasia (la ficción como producto paranoide, la memoria como construcción, el poder como ente malvado, las sospechas sobre la identidad y sobre el estatus de lo real), la nueva El vengador del futuro acentúa su condición post-Bourne, con Quaid preguntándose quién es, al servicio de quiénes está, quiénes son sus amigos y enemigos. Eso, al menos, en los primeros 45 minutos. Hasta el momento en que empieza a enterarse. De allí en más, la película dirigida por Len Wiseman (el de la serie Inframundo y Duro de matar 4.0) se convierte en una de acción física, mucho más común, con persecuciones, choques y enfrentamientos, intercalados con parrafadas pseudofilosóficas.
Se nota que en los comienzos, Wiseman (que tiene nombre de productor, más que de director de cine) empezó como director de arte. Tanto el diseño urbano de La Colonia –que parece una Hong Kong futurista, revisada por el escenógrafo de Blade Runner– como el de la FBU, llena de autopistas elevadas, planos superpuestos y autos que viajan sobre colchones de aire, hacen de esta El vengador del futuro una fiesta para urbanistas y arquitectos. Si a la de Verhoeven + Arnie se le notaba, incluso en su falibilidad, que estaba hecha y protagonizada por seres humanos (nada más humano que Schwarzenegger, paradójicamente), ésta funciona, en cambio, como una eficaz máquina anónima. Una película “sintética”, en una palabra.