“Gradualmente” contesta Emad cuando un alumno le pregunta, a propósito de esta película de 1969 exhibida y analizada en clase, cómo las personas pueden convertirse en vacas. Sin darse cuenta, el profesor también se refiere a la transformación -subrepticia, escalonada, paulatina- que amenaza con deshumanizarlo y reducirlo a cabeza de ganado, y que Asghar Farhadi describe con maestría en su nuevo largometraje El viajante.
El devenir vacuno de Emad arranca tras la agresión que su esposa sufre a manos de un desconocido, o tal vez antes si consideramos cierta causalidad. Es que el ataque ocurre en el departamento donde el matrimonio acaba de mudarse después de abandonar el suyo en un edificio que está resquebrajándose, también de a poco.
Farhadi expresa gradualidad en repetidas ocasiones. Parece un artilugio del cine de terror la secuencia de la puerta que sigue abriéndose sola luego de que la incauta Rana la destraba para su marido.
Además de docente, el protagonista es actor de teatro independiente. Aunque acostumbrado a interpretar un rol (algo o nada parecido a sí mismo) frente a un público (alumnos; espectadores), reconoce apenas el proceso que lo lleva a convertirse en otro… tipo de hombre.
Farhadi ambienta su largometraje en una Teherán contemporánea, sin relación con la imagen de Irán que el cine y la prensa occidental suelen proyectar. De hecho, muestra una ciudad inmersa en un proceso de modernización arquitectónica, también gradual y un tanto caótica, y hace coincidir la transformación de Emad con el momento en que éste encarna a Willy Loman en una reposición de La muerte de un viajante de Arthur Miller.
El realizador iraní teje alrededor de la obra del dramaturgo neoyorkino una red de causalidades y casualidades que condicionan el accionar del protagonista. Desconocer el argumento de la pieza teatral escrita en los Estados Unidos de mediados del siglo XX limita pero no invalida el juego de interpretaciones que el film propone.
Además de señalar la vigencia de la obra de Miller (y de la película La vaca del también iraní Dariush Mehrjui), El viajante invita a pensar en la complejidad y la fragilidad humanas en general y, en particular, en el -a veces indómito- deseo de justicia por mano propia. La evolución (o involución) escalonada que vemos en Emad amenaza con convertirlo en parte del ganado que, cansado de la inoperancia judicial, defiende la aplicación personal de la Ley del Talión.
Farhadi concluye su fábula antes de que podamos corroborar si el docente y actor cambió definitivamente. El final abierto confirma la intención autoral de estimular la imaginación y la discusión. Como La separación y El pasado, este largometraje también evita barajar respuestas; en parte por eso se instala durante días en la cabeza del espectador.