El código Sparks: chispazos de melodrama.
Nicholas Sparks es un escritor responsable de una larga lista de novelones dramáticos, muchos de los cuales tuvieron una transposición al formato cinematográfico como Un Amor para Recordar (Something to Remember, 2002), Diario de una Pasión (The Notebook, 2004) y Querido John (Dear John, 2010), entre otras de similar calibre lacrimógeno. Su fórmula es tan eficiente dentro del target joven/ adulto que prácticamente tiene asegurada una adaptación fílmica de alguna de sus obras cada dos años promedio.
En esta ocasión llega El Viaje más Largo (The Longest Ride, 2015) para refregarnos en la cara ese dicho según el cual no hay que arreglar lo que no está roto. Sí, inclusive tratándose de una película con un esquema que atrasa unos 65 años. La historia se situa en Carolina del Norte, donde Sophia (Britt Robertson) no hace otra cosa más que estudiar y prepararse para su futuro profesional hasta que una amiga la lleva a ver una jineteada de toros, porque aparentemente es una actividad que rankea al mismo nivel que ir a bailar o juntarse en un bar dentro del versosimil que plantea el film. Oh casualidad, Sophia conocerá a Luke (Scott Eastwood), un jinete que busca llegar a la cima de la disciplina y con quien no podría tener nada en común. Pero dentro del universo Sparks los opuestos se atraen más que en cualquier otra región, por ende lo que se narra es esta historia de un amor que lucha contra obstáculos propios y ajenos a pesar de tener todo en su contra.
Y por si esta historia no es lo suficientemente dramática y melosa también se agrega una subtrama de un anciano, el cual se hace amigo de Sophia y Luke, a quienes les cuenta su derrotero sentimental tras conseguir y perder a la mujer que amó toda su vida. Es poco sutil la intención de que esta historia funcione como un paralelismo con el romance de los dos jóvenes.
El director George Tillman Jr. aprovecha para poner a Scott Eastwood -si, el hijo del legendario Clint- con su torso desnudo en la mayor cantidad de escenas posibles y así saturar la pantalla de abdominales perfectos y pectorales enormes. Los largos primeros planos de Eastwood por momentos parecen tener como objetivo que todos quedemos tan embelados por la belleza del hombre tal como lo hace Sophia, por momentos de forma excesiva. Toros, ranchos, sombreros y botas vaqueras, todo con la música country más popera que puedan llegar a imaginarse. Porque este es un drama de un chico de campo y una chica de ciudad, que nunca se les olvide.
Seguramente será una producción que complazca a quienes gustan de las novelas de Sparks y su universo melodramático, pero sus 139 minutos serán probablemente excesivos para todo aquel que espere una trama menos rosa y personajes con un poco más de profundidad.