De cowboys y amores insulsos
El Viaje más Largo es la décima adaptación para la pantalla grande de una obra de Nicholas Sparks, y demuestra una vez más cómo el autor bestseller romántico se mantiene constante en su afán perenne de escribir historias predecibles con amores y amantes más monótonos que apasionados.
A quien le toca esta vez darle vida a la narrativa de Sparks es al director George Tillman, Jr. (Men of Honor), quien traspasa a la pantalla grande la historia de dos jóvenes que se enamoran a pesar de pertenecer a mundos completamente distintos: Luke (Scott Eastwood) es un jinete de toros que sufrió un accidente y no entiende los peligros que le depara el deporte que ama, y Sophia (Britt Robertson) es una hija de inmigrantes polacos apasionada del arte.
A punto de partir para Nueva York para una pasantía soñada, Sophia comienza a vacilar sobre su futuro cuando conoce a Luke –todo un cowboy americano, de la manera más ridícula posible- y se enamora perdidamente, a pesar de todas las diferencias que los separan y sus divergentes objetivos de sus vidas.
Y mientras tratan de resolver sus sentimientos y definir su futuro, los dos conocen a Ira (Alan Alda), un anciano que les contará la historia del amor de su vida, y que les cambiará a los jóvenes la vida para siempre.
De esta manera, dos historias se entrecruzan para tratar de mostrar el significado del amor, los sacrificios y los caminos olvidados que no tomamos para luchar por alguien más importante que uno mismo. Sin embargo, El Viaje más Largo intenta darle algo de profundidad a una trama insulsa y desabrida, con dos actores que no logran tener química por más esfuerzos que hagan, y un guion tan predecible y sensiblero que da vergüenza ajena.