Pudo ser peor
Hace poco más de un mes se estrenaba Lo mejor de mí, enésima adaptación del universo literario de Nicholas Sparks al cine. Uno puede preguntarse qué ha hecho la cartelera de cine para merecer esto, pero yo puedo preguntarme, encima, qué he hecho para merecerme cubrir las dos películas para Fancinema. Sí, acá estoy, contándoles sobre El viaje más largo. Sin embargo, ese amargo sabor de boca reciente termina favoreciendo a esta nueva producción, ya que -no debería ser, pero es- aquella era tan mala que las fallas de esta nueva cita romántica dirigida por George Tillman Jr. y protagonizada por Scott Eastwood y Britt Robertson terminan siendo bastante leves, y la película funciona a medias sin convertirse en un desastre absoluto.
No se puede decir que Sparks no sea consecuente con su propio universo. Aquí no falta nada que no haya estado antes: la música excesiva, el romanticismo de manual, la pasión edulcorada, los dos tiempos narrativos que se unen en algún momento, la lluvia que revela pezones, las resoluciones arbitrarias, la lagunita y el pueblito lindo, florido (esta enumeración se parece a la ya hecha en ocasión de Lo mejor de mí, lo cual es totalmente consciente dada la repetición del conjunto). Y lo que vuelve aquí es el viejo con una historia del pasado, algo que convierte a El viaje más largo en una especie de reescritura de Diario de una pasión. Por lo visto, al bueno de Sparks se le empiezan a agotar los recursos.
Pero -y esta vez hay un pero, porque no siempre-, algo resulta menos irritante en esta ocasión. Tal vez sea que Tillman Jr. filma todo el melodrama con una falta de intensidad galopante, lo que hace que en definitiva los excesos se aminoren y el error se convierta en virtud. Y también que el director tenga un buen pulso para las atractivas escenas de rodeo, donde mínimamente hay un suspenso bien construido acerca de lo que ocurrirá con nuestro héroe. Por otra parte es verdad que Eastwood y Robertson son una parejita bastante relajada y agradable de ver, y que por ahí anda el notable Alan Alda, como un viejo mejo hosco y medio piola, que juega su rol funcional dentro del plan mayor de romance eterno de los protagonistas con bastante honestidad y mesura.
Seguramente en el melodrama jugado a baja intensidad está el secreto de una película que no es recomendable por sus aciertos, sino por lo acotado de sus fallas. Uno adivina que en otras manos las cosas podrían haber sido peores.