Los muchos vicios (y pocas virtudes) del universo Sparks
Apenas un mes después de la desastrosa Lo mejor de mí, llega otra película basada en un best seller del inefable Nicholas Sparks, confirmando así que su pluma melosa y siempre dispuesta a la generación de lágrimas fáciles está más activa que nunca, al menos para los grandes estudios de Hollywood.
Poseedora de todas y cada una de las variables habituales en el universo sparksiano, El viaje más largo es más de lo mismo. La cuestión arranca con un jinete de rodeos un poco bruto pero hermoso (Scott Eastwood, el hijo de Clint) que conoce a una chica (Britt Robertson) que, salvo por su belleza, es un opuesto perfecto: responsable, prolija, amante del arte y estudiosa ¿Alguien duda del flechazo mutuo?
Pero el film de George Tillman Jr. (el mismo de la fábula de superación Hombres de honor) tiene un poco más para ofrecer, al menos argumentalmente. Sucede que los chicos rescatan a un anciano de su auto incendiado. A él y también a sus cartas, que narran una historia de amor propia que, como en todas las historias Sparks, ha atravesado décadas y mil y un contratiempos.
Aunque honesta en su propuesta, la trama despuntará las situaciones vividas en dos tiempos por las parejas, trazando paralelismos obvios y metáforas entre amor y arte mediante parlamentos cargados de tremendismo. El viaje más largo, entonces, es un Sparks clásico. Con todo lo (poco) bueno y lo (mucho) malo que esto implica.