En 2015 el director Adam McKay sorprendió con "La gran apuesta", una feroz sátira sobre la caída de Wall Street y la explosión de la burbuja inmobiliaria en EEUU en 2008. Era un tema harto complejo, pero McKay se las ingenió para redondear una comedia tan original como brillante. Ahora volvió con la misma fórmula (humor ácido y hasta absurdo, voz en off, narración no lineal que rompe la cuarta pared) para contar otra historia ambiciosa, la de Dick Cheney, conocido como el todopoderoso vice de George W. Bush. Cheney fue ascendiendo en la política desde el gobierno de Nixon a puro lobby y manipulación. Y llegó a vice con un poder sin precedentes para ese cargo, lo que le permitió impulsar la invasión a Irak y transformar esa guerra en un gigante negocio. McKay sigue a Cheney desde su Wyoming natal, cuando era sólo un borracho que trabajaba para una compañía eléctrica, y a través de una narración impecable resume su escalada hasta la Casa Blanca con la ayuda de su esposa, más conservadora incluso que él. Sin embargo, ahí donde "La gran apuesta" sacaba conejos de la galera, "El vicepresidente" subraya y baja línea, como si hiciera falta explicar que Cheney es un villano. Las imágenes de las bombas cayendo sobre Irak o las fotos de las torturas en Guantánamo se repiten para enfatizar lo que ya estaba claro. Aplausos aparte se merecen las actuaciones de un irreconocible Christian Bale, de Amy Adams y de Steve Carell.