Vice, el devorador de planetas
Adam McKay rompe con las normas clásicas de los biopics para generar esta biografía sobre el vicepresidente con mayor poder en la historia de los Estados Unidos y quien manejara la agenda del mundo entre el 2001 y el 2009: Richard “Dick” Cheney, vicepresidente de George W Bush.
Mordaz y sarcástico, Mckay (quien dirigió La gran apuesta 2015 sobre la crisis de 2008), hace una radiografía no solo de Cheney (a cargo de Cristian Bale) sino de cómo se teje la maraña de decisiones que se toman en la Casa Blanca. Con humor grueso y yendo y viniendo en el tiempo, recorre 40 años de historia del país imperialista. Con un narrador en off llevando el relato y un final abrupto en la mitad de la película, feliz por cierto, para retomar la otra mitad del film con un final más ajustado a la realidad, mostrando que los finales felices solo existen en las películas.
El director también echa mano al comic, a imágenes de colores estridentes y a escenas de bombardeos. Diálogos delirantes, como la escena en el restaurante donde el menú es una serie de medidas a pedir de boca de Cheney: legitimar la tortura y el poder absoluto. Con alusiones a Macbeth, como la escena de la cama donde Cheney y Lynne, su esposa, dialogan recitando versos como personajes shakesperianos. Es destacable la alusión a Galactus, personaje del comic de Marvel, “un ser cósmico que necesita consumir planetas para calmar su hambre”. Son estos elementos los que hacen del film una biografía novedosa en términos cinematográficos.
Vice, jugando con el término en inglés, vicio, es una crítica a los Estados Unidos, a sus políticos y a la sociedad que termina eligiendo líderes que, con discursos conservadores, patriarcales y xenófobos, llegan al poder. Cheney es caracterizado como un hombre opaco, sin carisma, callado, obsecuente y de sí fácil para lograr sus objetivos exitistas. Nada lo asusta, no teme y esto se ve en las escenas que tiene ataques cardíacos, solo parece temerle a su esposa Lynne, la verdadera artífice de Cheney.
Sin embargo, desde lo político, McKay polariza y muestra, a través de sus dos horas de película, que los republicanos, desde Nixon hasta Bush pasando por Reagan, son los únicos responsables de los bombardeos a Camboya, Irak y Afganistán, de la persecución y tortura de sospechosos de terrorismo, de líderes religiosos árabes y de la contaminación global. Es curioso que la única alusión al Partido Demócrata sea la presencia del ex presidente Jimmy Carter, quien aparece como un líder pacifista y ambientalista. No hay demócratas malos. Para McKay el demonio es republicano y solo republicano, un poco maniqueo si consideramos que, entre otras cosas, Bill Clinton lideró el ataque de la OTAN a Kosovo, desde el 11 de septiembre de 2001 los demócratas votaron todas las leyes que fueron sostén de la política exterior en Afganistán e Irak, el multimillonario presupuesto de defensa, la legalización de la tortura y la intensificación el uso militar de drones. La Ley Helms-Burton que continuó y reforzó el embargo estadounidense a Cuba fue aprobada bajo mandato demócrata, junto con el bombardeo a Irak en 1998.
Esta visión tan sesgada sobre los gobiernos de este coloso hambriento e imperialista hace que la película se convierta en una herramienta acorde a la campaña demócrata, que tan buenas amistades históricamente mantiene con la industria cinematográfica. No va más allá porque no quiere.
De igual manera, es destacable el coraje con que McKay denuncia la actuación asesina de Cheney, pintándolo como un hombre sin miramientos , y a Bush como un imbécil manipulable (a cargo del genial Sam Rockwell) y cómo, a partir del ataque a las Torres Gemelas, se encargan de construir el enemigo con la ayuda de los medios. Es llamativo que Cheney, en medio de aviones estrellándose en las Torres, hable con su abogado. Claro, Cheney era el director ejecutivo de Halliburton, la compañía norteamericana de petróleo, y tenía lazos con Lockheed Martin, compañía multinacional de la industria militar, de origen estadounidense.
Un gran elenco lleva adelante la acción, donde se destacan Amy Adams como Lynne Cheney, Sam Rockwell y Steve Carell, en la piel de Donald Rusmfeld. Mención aparte para Cristian Bale que desaparece dentro de Cheney para moldear un personaje siniestro, callado, sin escrúpulos, lento en sus movimientos y un padre de familia cariñoso y comprensivo. Aterrador.
Vice, un film que rompe con los lineamientos clásicos del biopic, para denunciar cómo Estados Unidos invade, bombardea y arrasa con pueblos enteros, asesinando a sus habitantes, para llevarse el petróleo y saquear sus recursos naturales. Un Galactus que devora planetas.