Los hermanos Velásquez eran unos bandoleros que les robaban a los ricos y a los patrones de campos en la década del 60 en la provincia del Chaco. Perseguidos por una preocupada Sociedad Rural que puso todo el aparato represivo para capturarlos, se convirtieron en héroes para la población que los protegía. Inspirado en esta historia y con idea original de Juan Palomino, el debutante Nicolás Galvagno, coguionista de Diablo 2011, desarrolla la historia de Isidoro Mendoza y de su hermano, Claudio, ubicando la historia de Pistolero en el departamento de Lavalle, Mendoza. En plena dictadura de Onganía, los hermanos Mendoza se dedicaban a asaltar y robar a los poderosos. Nunca olvidaban dejar algo de lo robado a los más pobres y necesitados. Con una impronta de western clásico, al mejor estilo norteamericano pero vernáculo, el film recuerda por momentos al Juan Moreira de Leonardo Favio. La historia gira alrededor de las fechorías de los hermanos y de un integrante más, el tano Petri a cargo de un magistral Diego Cremonesi que brilla cómodo en sus frases en italiano. La lealtad, la protección mutua, la fraternidad los une y una sensibilidad especial por la clase obrera. Isidoro no es Robin Hood, como él mismo se encarga de desmentirlo, solo roba para sobrevivir. Pero las cartas están jugadas y eso se ve desde el principio. La ley los persigue endiabladamente de la mano de un policía (Juan Palomino) obsesionado por liquidarlos. Un ambiente cada vez más opresivo, comienza el onganiato, no dejará muchas chances. Lautaro Delagado Tymruk versátil y sólido, se pone al hombre el personaje principal, matizando un hombre que no duda en disparar y a la vez, tierno y atormentado, componiendo un bandolero perseguido por la sangre derramada y por un pasado oscuro de miseria y abandono. Secundado por su hermano, una revelación Maravilla Martínez casi irreconocible el otrora boxeador. La película se apoya en este trío y en paisajes imponentes de esta Mendoza áspera y carente de verde. La historia es casi igual a la de los hermanos Velásquez. Cambian los nombres y el lugar. Estos “héroes” populares que han aparecido con rasgos más o menos similares en lugares y tiempos diversos reciben la adhesión devota de sus coterráneos; de origen humilde, se desenvuelven en ámbitos rurales en los que predomina un orden político represivo, dando lugar a que mucha gente común vea como actos justicieros sus actividades ilícitas Con personajes bien delineados y una historia atrapante, Pistolero no decepciona, acción, tiros, escapes y esa sensación de que los antihéroes son los héroes.
Una cámara fuera de foco que se mueve, un perro y muchos gatos. Una isla en algún lugar del planeta. Obreros trabajando. Perdiendo su vida. “Somos nosotros, los obreros, los que hacemos funcionar las máquinas de las industrias. Los que traemos el carbón y los minerales de las minas, los que construimos ciudades. Los que producimos riqueza”, dice uno de los obreros. Imágenes superpuestas y sonidos por momentos lacerantes, molestos, angustiantes de animales. Imágenes de obreros, juguetes de gatos, objetos abandonados, animales enjaulados, usados para trabajar, exhibidos como posesiones, entrenados para cuidar propiedades, abandonados o perdidos, un acuario, más animales prisioneros. En su segundo documental, Joaquín Maito, (El estado de las cosas 2012) propone una demoledora fábula sobre la opresión capitalista. Surrealista, en su valoración de las imágenes y los sonidos, muestra un sistema que oprime, esclaviza y explota que pretende eternizar un modelo hecho para que una minoría acumule la riqueza que produce la mayoría. Escandaliza, perturba y sacude. Retrato de propietarios , fue filmada en varios países, mostrando así que los propietarios están en todas partes y que los lavarropas, los autos y los animales domésticos tienen dueños, como expresa su director. Una isla sin humanos, habitada por gatos que emiten un mensaje, un sonido que se propaga y que los perros, en otro confín del mundo, serán los primeros en escuchar. Un llamado a liberarse de los propietarios, de los dueños del planeta que lo gastan y desgastan y exprimen para generar más ganancia. Una sociedad sórdida, mezquina y brutal. Fotos, imágenes de rebeliones y revoluciones. Protestas obreras en puertas de multinacionales. El fin de un mundo para pensar el comienzo de otro nuevo, libre de oprimidos. Maito traza un paralelo, por demás original, entre obreros y animales superexplotados y abandonados a su suerte. Símbolo de la explotación y apropiación de las clases dominantes que concentran la riqueza producida por los explotados y dominados “La burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia”, dice un trabajador subido a una antena. Y eso es lo que Retrato de propietarios , brutalmente, expone, avisa y propone que un mundo nuevo puede estar a punto de comenzar.
El documental de Violeta Bruck y Javier Gabino, en un gran trabajo de investigación, relata la historia de cuatro jóvenes que promovieron las ideas marxistas a principios del siglo XX. Pedro Milesi, Mateo Fossa, Mika Etchebèré y Liborio Justo, cuatro jóvenes, que inspirados por la revolución rusa, dieron batalla, desde distintos ámbitos, al imperialismo, a la opresión de las clase trabajadora y por los derechos de las mujeres. Ya desde las primeras imágenes, con un dron que muestra la ciudad de Buenos Aires y que la incluye como un personaje más, el documental ficcionado, muestra a través de entrevistas a historiadores, las primeras huelgas y luchas que la clase trabajadora dio en la Argentina de principios de siglo XX. Las imágenes intercaladas de aquella Buenos Aires convulsionada, y la Buenos Aires de hoy, de Mateo Fossa a trabajadores en la actualidad, de las antiguas barricadas en las calles porteñas a movilizaciones en la Panamericana, o de Mika Etcehebere reflexionando sobre el voto a la mujer y los problemas de las mujeres de los conventillos, y reflexiones del feminismo de los años ´20 con ecos que llegan al movimiento de mujeres con sus pañuelos verdes, deja en claro que hay un hilo histórico de las luchas, que no se comienza de cero, y que con triunfos y derrotas sigue siendo el camino. El dron convierte a la ciudad en protagonista y sus calles, el lugar de cada batalla. Las escenas de ficción le dan dinamismo y calidez al relato histórico. Los diversos lugares que recorre la cámara: el Congreso, el Palacio Barolo, y los lugares que la cámara de otros años también recorrió. Así, los documentalistas, quiebran la temporalidad y van y vienen en el tiempo. Con testimonios valiosos, como el de la hija de Liborio Justo, ese revolucionario que fuera hijo del presidente de la década infame, Agustín Justo. Con imágenes de archivo de la Semana Trágica, la Guerra Civil Española, la Reforma Universitaria, las huelgas, los realizadores atraviesan la historia, la cuentan y rompen con una forma tradicional de hacer documentales. La música acompaña todo el relato y resuena en el oído en los momentos más conmovedores que no faltan. Un necesario documental para conocer una Buenos Aires que parte de la historia nos vedó, un recorrido lleno de emoción y una curiosidad por saber más sobre el legado que dejaron estos jóvenes que creían en que un mundo mejor es posible y por ello lucharon. Funciones hasta el miércoles 18 - 19hs - Cine Gaumont
La ciudad se divide de norte a sur por la Avenida Rivadavia. El sur pobre, el norte rico. Allí en el sur pobre, se encuentra la escuela Manuel Mujica Láinez, en la Villa de Lugano, y recibe alumnas y alumnos que viven en los barrios de Lugano, Samoré, Nágera, Cildáñez, Copello y Mataderos, principalmente. La escuela está ubicada al costado del parque Indoamericano. Los primeros días de diciembre de 2010, más de tres mil familias tomaron el Parque. Reclamaban viviendas dignas, un derecho por el que no obtenían respuesta por parte del gobierno de la ciudad. A partir de una denuncia del gobierno porteño, el 7 de diciembre comenzó un operativo para desalojarlos. Participaron efectivos de la Policía Federal y Metropolitana, quienes dispararon con gases, balas de goma y de plomo. La resistencia al desalojo y la represión continuaron durante largas horas. Hubo tres muertos: Bernardo Salgueiro, Rosemary Churapuña y Emilio Canaviri Álvarez. La toma duró una semana. Llegaron a un acuerdo. La escuela, durante la toma, siguió funcionando y recibió a los chicos y chicas del barrio. En 2105, Flori, una docente nueva, decidió formar un taller para saber cuál era la mirada de los jóvenes sobre el barrio y reflexionar sobre la realidad que viven. Durante el taller surge la idea de participar del encuentro Jóvenes y Memoria que se realiza todos los años en Chapadmalal donde acuden jóvenes de diferentes localidades de la provincia de Buenos Aires. El proyecto que desarrollan consiste en hacer un mapeo. La película es el registro de ese proceso donde aparecen las diferentes miradas de los jóvenes y los problemas que enfrentan dependiendo del lugar donde viven, asentamientos, villas o en los edificios. La discriminación, la xenofobia, la estigmatización, el acoso callejero, el abuso policial, la violencia y la intolerancia son algunas de las cuestiones con las que tienen que lidiar cotidianamente tantos alumnes como docentes. Todo esto inmerso en una realidad compleja en uno de los lugares más abandonados por los gobiernos de turno. El rodaje está lleno de frescura, espontaneidad y sinceridad, los chicos y las chicas que participan del taller dibujan el lugar donde viven, cantan y reflexionan sobre quiénes son, qué los une y qué los enfrenta. Los pibes y pibas de la Mujica Lánez fueron a mostrar sus conclusiones sobre cómo lograron, durante un año de trabajo y de diálogo, integrar los diferentes barrios que abarca la escuela y superar los enfrentamientos, el racismo, los prejuicios y la discriminación para finalmente concluir que pertenecen a una misma clase. Según cuentan sus directores, Lisandro González Ursi y Diego Carabelli “Con este documental buscamos retratar esa potencia que se genera únicamente en el aula, en su día a día, esas escenas que solamente pueden ver lxs docentes y sus estudiantes, pero que para el resto de la sociedad pueden llegar a ser algo lejano, desconocido o hasta rechazado. Por esto decidimos armar un equipo de rodaje con gente de cine que tuviera experiencia siendo docentes en el aula y, al mismo tiempo, trabajamos la composición musical con estudiantes de música de una escuela secundaria pública de la Villa 21-24.” La Mujica Láinez es una escuela pública que cumple una función social que va más allá de la enseñanza de las materias curriculares, asiste, ayuda y contiene a jóvenes para lograr un lugar mejor en el cual vivir.
Nostalgia y violencia en el Hollywood de Tarantino Violeta Bruck Celina Demarchi Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) es un actor, otrora famoso, en decadencia. Sus gloriosos años de protagonista de westerns han quedado atrás y ahora solo interpreta papeles de villano condenado a perecer en el enfrentamiento final con el “bueno” de las películas. Así se lo expresa en una de las primeras escenas, en un bar, un productor (en una destacada actuación de Al Pacino) asestándole un golpe mortal a su carrera y a su ego. Su amigo y doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt) está siempre a su lado y tienen una amistad incondicional. Dalton, arañando los últimos momentos de fama y peleando para no convertirse en un fracasado, irá a Italia a filmar spaghetti westerns a regañadientes. Como es habitual en el cine del director de Perros de la calle y PulpFiction, hay varias historias que se desarrollan en paralelo, con ficciones que toman aspectos de la historia real, en una siempre adaptación de estilo libre, pop, violenta y norteamericana. La ambientación sumerge desde el principio en la cultura de Hollywood de los años 60: el vestuario, las series, la música, la tecnología, los autos y el lenguaje recrean esa época. Érase una vez en Hollywood es la novena producción de Quentin Tarantino. El título que utiliza un tono de añoranza, describe también el clima general que tendrá la película. Un Hollywood, una industria de cine que desaparece para dar vida a una nueva forma de filmar. He aquí la nostalgia. El tiempo de la historia es aquel en el que un viejo modelo de producción cinematográfica declina para dar paso a nuevas historias, actores y formatos audiovisuales. Estos cambios cruzarán cada una de las acciones de los protagonistas, sus motivaciones, diálogos, esperanzas y frustraciones. Son momentos de crecimiento de series como Bonanza, Manix o FBI y caída en picada de los westerns. Los cambios en el mundo del cine, un Hollywood vampiresco con ganas de sangre fresca, están inmersos en una época que se cuela en la película a modo de ecos distorsionados y caricaturescos, recortes a gusto del director en función de crear este universo propio. Así rastros de los años 60 se escuchan lejanos en las noticias sobre Vietnam o en unos hippies, que aunque basados en un caso real, son menos representativos del movimiento de una época, que personajes acordes construidos en función de esta particular trama narrativa. Tomando en cuenta que la acción se ubica en el agitado año 1969, con una juventud a nivel mundial influenciada por el mayo Francés y demás movimientos, está claro que el recorte del director no busca en ningún momento reflejar el clima político de la época. En la filmografía de Tarantino se destacan diálogos y personajes, estructuras narrativas, construcción de climas, acción, violencia, rescates de la cultura norteamericana, y todo esto forma parte de Érase una vez en Hollywood. El guión, los diálogos, el encuadre sobresalen en un film más distante de PulpFiction o de Django sin cadenas, manteniendo el sentido del humor y la ironía de Bastardos sin gloria. El elenco despunta, protagonistas o pequeños papeles, todos tienen su caracterización y aportan un tono propio. Leonardo Di Caprio y Brad Pitt construyen un dúo que no defrauda. El gran monólogo de Di Caprio solo y borracho, y Pitt, un doble que no parece querer ni necesitar las mieles de la fama con sus ya acostumbrados tonos e inflexiones de voz. Se agregan al elenco la participación de Al Pacino y Margot Robbie como Sharon Tate. Con el correr de los 160 minutos de película, se suman personajes secundarios que aportan detalles y aderezan el relato: “No me gustan que me digan cosas como pequeña gatita con botas, pero como estás triste lo dejaré pasar”, son las palabras de una niña que trabaja actuando en los estudios mientras Rick Dalton cae en el alcohol y no puede memorizar los textos. La música como siempre acompaña cada escena, y no falta California Dreaming que suena potente y le pone ritmo a la nostalgia. En la combinación de la sucesión de acciones y la canción, Tarantino parecería decir que California ya no sueña y que ya no es cálido ni seguro andar por sus calles. El mundo del cine dentro del cine está presente en todo el film, la trama y sus personajes, y hasta con recreaciones de películas y series ficcionadas, un universo que suma también la historia paralela que involucra a Roman Polanski y su mujer Sharon Tate y el asesinato de ella por parte del Clan Manson, en una como siempre apropiación tarantinesca de los hechos históricos. La violencia flota siempre en el ambiente. Casi como al pasar sale el dato que Cliff Booth, el doble de riesgo, tiene en su prontuario haber matado a su mujer, pero en el Hollywood de los años 60 es un dato más, trabaja sin problemas. El extraño grupo hippie justificará sus ataques en este marco “criarnos viendo la televisión significa que nos criamos viendo asesinatos...”, “mi idea es que matemos a la gente que nos enseñó a matar”. De alguna forma la violencia real de quienes dominan los Estados Unidos con sus guerras, represión policial, racismo, etc, se cuela por todos los poros y adopta nuevas formas. Tarantino, a pesar de que la película es más un homenaje al western y una nostálgica mirada sobre un Hollywood más ingenuo y relajado, no deja de plasmar su mirada sobre la violencia existente en los Estados Unidos. El estreno se realiza 25 años después de Pulp Fiction, una película que renovó las formas de contar historias y marcó una época. Desde ese ángulo Erase una vez en Hollywood no irrumpe en las carteleras de la misma forma. La fuerza de innovar la narración cinematográfica se presenta ahora como un sello de autor, ya consagrado y aclamado, que puede disponer tranquilamente de un abultado presupuesto de 90 millones de dólares, 10 veces mayor del que tuvo en sus primeras películas, para filmar todo lo que imagine. Para el público seguidor de Tarantino es una nueva oportunidad de disfrutar de su cine y, entre otras cosas el final también aporta sorpresas interesantes.
Nada más intenso que el terror de perder la identidad”, Alejandra Pizarnik. Un comedor infantil donde algunas monjas sirven la comida, cruces, una parroquia y el campo lleno de plantas espinosas, cardos, son los primeros planos de Hombres de piel dura, el último film de José Celestino Campusano. Así es como el director se mete de lleno con un tema tan actual como inquietante: el abuso sexual eclesiástico. Ariel, interpretado por el youtuber Wall Javier, es un joven que vive en una chacra con su padre, el patrón, en una interpretación categórica de Claudio Medina, y su hermana. El film se desarrolla en el ámbito rural, pequeño y asfixiante, y gira en torno a la vida de Ariel, un joven gay, abusado por el cura del pueblo, que empieza a despertar a la vida sexual. Su padre desaprueba y censura, y su hermana, que mantiene sus relaciones lejos del pueblo y de la chacra, lo apoya incondicionalmente. Ya en la primera escena, una cena familiar, el director muestra la tensa relación entre el padre y el hijo cuando el padre hace referencia a “que el físico no te da”. El prolífico José Celestino Campusano maneja dos ejes narrativos: por un lado el abuso sexual dentro de la Iglesia Católica y por el otro, el despertar sexual del protagonista. Terminada la situación de abuso con el cura, Ariel comienza relaciones con otros hombres, entre ellos un peón de la chacra, buscando compulsivamente el placer y la autoafirmación. Otros personajes refuerzan el relato: los trabajadores de la chacra, machistas y duros, las prostitutas y el ambiente del proxeneta del pueblo, lugar al que recurrirá su padre para obligarlo a mantener relaciones con mujeres, y una joven prostituta, con quien entablará una relación de amistad. El film habla del abuso, de las relaciones de poder y sumisión, no solo a través de su personaje principal, sino también mostrando la condición de las mujeres, oprimidas y abusadas. Campusano denuncia lo que la Iglesia Católica tapa, evidenciando el accionar de la institución que lleva a los curas abusadores a otros espacios para protegerlos. Es impresionante la escena que muestra la casa de retiro, con curas sentados en reposeras tomando sol, como lagartos, esos reptiles de sangre fría que miran de costado buscando presas. En Hombres de piel dura, Campusano vuelve a hablar crudamente de las márgenes, de la realidad, de “lo que pasa” y lo hace fiel a su estilo: descarnado, brutal y genuino. Las denuncias de abusos por parte de curas e integrantes de la Iglesia Católica no tienen fronteras, se incrementan y salen a la luz cada vez más en distintas partes del mundo, con testimonios de las víctimas y la permanente búsqueda de impunidad por parte de las autoridades de esta institución. El retrato audiovisual específico de un caso sucedido en algún pueblo rural del interior actúa como muestra de un pequeño infierno que puede verse espejado en miles. A diferencia de Vikingos o El Perro Molina, el cineasta afila más el lápiz componiendo un guión más complejo, planos cuidados y el uso del dron. Campusano no juzga, solo lee la realidad, levanta la vista, abre los oídos, escucha y lleva al celuloide lo que lo rodea, la realidad le provee y a partir de allí y brutalmente, golpea, sacude y perturba. Relata descarnadamente, desprovisto de coreografías que hermoseen las relaciones y los cuerpos que se encuentran en el placer. Los diálogos son claros y brutales. Los curas hablan de sus abusos como si estuviera bien lo que hacen. No son ni tiernos ni compasivos. El patriarcado y la carga de vivir en la clandestinidad, a escondidas, ocultando el deseo y la identidad, son parte del tejido de esta película. Sin respiro ni colchón que amortigue ningún jab de esos que suele tirar el director, sin ninguna mañana que signifique un corte con la dureza, la película golpea sin tregua. La claraboya por donde escapar llegará cuando Ariel encuentre un lugar donde sea aceptado y querido. Es un relato salvaje, alejado de toda hipocresía y de lo políticamente correcto. Se sumerge en las relaciones humanas, la sumisión, el poder, el patriarcado, la pedofilia y la lucha permanente contra un sistema que reprime cualquier intento de vivir de acuerdo a lo que cada ser humano ha elegido.
Infierno Grande por Celina Demarchi “Hay una hora en la tarde en que la llanura está por decir algo” Jorge Luis Borges. María (Guadalupe Docampo) es una maestra que vive en un pueblo de La Pampa con su marido, candidato a intendente (Alberto Ajaka) que ejerce la violencia física y verbal sobre ella. Un día de tantos, cansada de los abusos, decide llevar a cabo lo que ya venía pensando: escapar. En una destartalada camioneta, con una escopeta y transitando los últimos días de embarazo, emprende la huída. En su derrotero, a través de caminos pampeanos y pasando por pueblos y paradores olvidados, se va encontrando con personajes típicos: un cura que viaja con su parroquia en bicicleta, el desterrado de la sociedad, marginado y nada loco, el viajante que mercadea con todo y capaz de vender hasta su perro por unas chirolas, el policía que husmea y pone obstáculos y un habitante de un pueblo originario que, ya sin tierra ni lugar, deambula y protege. Todos ellos dan marco a la historia que gira en torno a María y su búsqueda de una vida mejor tratando de llegar a Naicó, un pueblo que no figura en el mapa. En su segundo largometraje, Alberto Romero, (Carne Propia, 2016), se mete de lleno en un tema candente y recurrente en el cine: la violencia de género. Para ello, elige el paisaje pampeano. Y no es menor. El Caldén, el árbol típico de la zona, se deja ver siempre. De madera dura y resistente a la aridez y a la sequía, persiste, sobrevive en tierra desértica. Como María, la protagonista. A la inmensidad y a la intemperie, se enfrenta esta mujer de aparente debilidad pero con la fortaleza suficiente para desafiar a todo aquél que se interponga en la odisea hacia su liberación. Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres afirma que “el silencio y la reserva son estigmas que se adquieren en la llanura, donde la voz humana parece intimidarse ante la vastedad de la tierra” a este silencio, a esta soledad y vastedad, María le pondrá ruido, grito ahogado de una mujer que no se detendrá hasta lograr salvarse y romper con ese tedium vitae de los pueblos y que le ha impuesto su marido quien irá tras su pasos, como un cazador persiguiendo a su presa. El motor de su cacería será la necesidad de tener a su mujer al lado para la campaña política y su herido ego de macho abandonado. La claustrofobia de vivir en un pueblo, sin salida aparente, contrasta con la inmensidad de una tierra que ha padecido las políticas neoliberales, los trenes han desaparecido y los políticos feudales detentan su poder en los pueblos. Guadalupe Docampo se pone al hombro este personaje, alternando fuerza y fragilidad, es perseguida y está embarazada, hechos que la ubican en una situación tal de vulnerabilidad que cuesta pensar que logrará su objetivo. Docampo saca adelante esta heroína pampeana de gestos suaves y firmes, plasmando a través de su mirada, la duda, el miedo, el hartazgo y la determinación. Y será un hombre originario, quien la acogerá en su casa y le dirá “no podés escapar siempre” palabras que la confrontarán con una difícil decisión que deberá tomar inexorablemente. Pocas palabras, el silencio del ambiente y esta mujer que dirá con hechos que hay una salida posible. Infierno Grande es una mezcla de diversos géneros, un road movie y un western, con un duelo final al mejor estilo de los spaghetti western de Sergio Leone o del clásico western de Sam Raimi, Rápida y Mortal. Al mismo tiempo recurre a otros elementos, como la voz en off del futuro hijo, recurso que generará más incertidumbre respecto al desenlace. Una película pequeña, valiente, con una duración justa, que mantiene la tensión y que no se queda a medio camino, se la juega, sin medias tintas. Y llega la hora en que la llanura está por decir algo, y esta vez lo dice.
Candomberos, tambores de fuego y libertad Candomberos de dos orillas, un documental de Ernesto Gut sobre el nacimiento de este ritmo musical en Uruguay y su llegada a Argentina Prender el fuego y poner los tambores alrededor, es el rito que da inicio a la música que sale de este instrumento. Así comienza este documental sobre el nacimiento del Candombe en Uruguay y que llegara a estas tierras de la mano de los esclavos. La película es el relato de varios músicos que nacieron en Uruguay, en el barrio de Palermo, cuna del Candombe y que salieran por la calle principal de Montevideo, la 18 de julio, a tocar y bailar. Nacidos en los conventillos como el Mediomundo con gente de toda raza, nacionalidad y color con 60 habitaciones y grandes piletones para lavar la ropa, cocinas compartidas y la música que los unía. Comían todos juntos, una vez al día, los tambores eran de lata al principio y lentamente se convirtieron en el instrumento que conocemos hoy. Con imágenes de archivo, animaciones que recrean la vida de aquel entonces, fotografías y una cámara en mano , Ernesto Gut Una historia de madres, 2016 y Cuarenta balas, 2015, reconstruye la historia del Candombe y las comparsas en Uruguay y su llegada a la Argentina con el comienzo de la dictadura cívico militar en la Banda Oriental en 1973.Los músicos fueron perseguidos y, ante el avance militar sobre su cultura surgió la resistencia negra pero la destrucción de sus conventillos, tratando de barrer con su cultura, hizo que tuvieran que exiliarse en Argentina. Pero lo que se transmitió de generación en generación la dictadura no pudo matarlo y así los viejos candomberos les enseñaron y enseñan a los jóvenes este ritmo. Y volvieron y persisten a pura convicción , garra y fuego en el corazón. El candombe surge y nace como un grito de liberación de aquellos que fueron arrancados de su tierra y trasplantados violentamente como dice Chabela Ramírez música e investigadora que participa de este documental A pesar de no tener una estructura narrativa, Gut muestra la invisibilización de la cultura negra, del tambor, del Candombe y describe a los negros como los primeros “desaparecidos” de estas tierras. Pero ni pudieron acallarlo y el tambor sigue sonando como una forma de expresión y de resistencia negra. En el Río de la Plata y en todos los lugares donde las pibas y pibes lo cargan hoy en su espalda, para ir a tocar.
Mocha: salir del cono de sombra Mocha. Nuestra lucha, Su vida, Mi derecho es un documental realizado por estudiantes y docentes del bachillerato homónimo y dirigido por Francisco Quiñones Cuartas y Rayan Hindi, que retrata este bachillerato trans, único en el mundo. La acción transcurre casi totalmente dentro del edificio donde funciona esta escuela ubicada en el barrio de Chacarita. Allí estudian y militan personas trans, aunque no es exclusivo. El 40 por ciento de las personas que asiste al Mocha es trans, el resto está integrado, entre otros grupos, por descendientes de afroindígenas, personas de asentamientos urbanos como La Fragua e integrantes de identidades diversas. “La Mocha” se inauguró el 11 de noviembre de 2011, cuando todavía faltaban algunos meses para que se aprobara la Ley de Identidad de Género en Argentina. Es un lugar inclusivo que piensa la diversidad de género y cultural. En el film cada estudiante se presenta y cuenta su historia. Relatos que son relatos de muchas personas. La marginación, la imposibilidad de acceder a la educación, la necesidad de ganarse la vida de cualquier forma ante una sociedad que excluye y discrimina a cualquier ser humano que viva una vida diferente a lo que llaman “normalidad”. La cámara se pasea por las aulas, los rostros, las manos, los gestos de todos aquellos que, con coraje y determinación, le ponen el cuerpo a la película y a la lucha. Juega la cámara, da vueltas, se pone patas para arriba para plasmar un relato espontáneo, lleno de frescura y verdad. Y si entramos en verdades, es muy interesante la historia del estudiante varón trans que cuenta que en el número de CUIT usa el 27 para las mujeres y que él tiene su DNI con su nombre de varón, o cuando fue a operarse y no podían entender que quisiera realizarse una mastectomía. A través de su narración, lo que denuncia es el horror que produce su cambio de género. Algunas escenas de ficción que recrean la discriminación que viven diariamente en los negocios, en las calles, cuando buscan un lugar donde vivir y la represión policial, matizan el relato autobiográfico y le da dinamismo a los casi 60 minutos de película. ¿Por qué ponerle al bachillerato Mocha Celis? Porque Mocha no sabía leer ni escribir. “Cuando llegábamos a las comisarías detenidas, ella siempre me pedía a mí que le leyera. Me acuerdo de que cuando estábamos en los calabozos había otra trava, que era una chica supererudita, y yo le dije: ‘Aprovechemos que estamos acá adentro y enseñale a Mocha. Pero hacelo de manera que ella no se sienta mal, que no se sienta menos’”, cuenta Lohana Berkins. Mocha Celis Mocha Celis era una travesti tucumana que trabajaba en el barrio de Flores y fue una de las tantas que sufrieron en carne propia el abuso policial y la violencia institucional. Asesinada de tres balazos en la década del 90, su travesticidio jamás pudo esclarecerse y quedó impune. Es la misma Lohana quien la recordó en un texto publicado en 2011: … me acuerdo de la época en que volvió la democracia y nosotras creíamos que las cosas iban a cambiar. Entonces trabajábamos en Flores y teníamos cada una nuestra estrategia para sobrevivir al abuso policial. Mocha, por ejemplo, se había enfrentado con el sargento Álvarez de la comisaría 50ª de Flores, que le tenía una saña particular a ella. Un día estaba la Mocha en la calle, ella era un semáforo: divina, morocha, con vestido rojo y cartera dorada, y nosotros nos escondimos debajo de un auto porque queríamos ver qué es lo que el tipo le decía y cómo se defendía Mocha. El tipo ese día no la lleva detenida, pero le grita antes de irse: “¡Ya vas a ver, puto de mierda, vos vas a terminar con tres tiros!”. Y eso lo escuchamos varias. Un día Mocha desapareció. Varias de sus compañeras la buscaron y la encontraron muerta en el Hospital Penna. Insistieron en que le hicieran un autopsia o que, al menos, les dijeran cómo había muerto. Mocha murió de tres tiros, asesinada, pero la causa nunca prosperó. Mandamos a todas las chicas a comprar velas y nos citamos frente a la comisaría a tal hora todas con su paquetito. Caímos de repente: prostitutas, travestis, todas a la vez y empezamos a armar un silueta con velas en la puerta de la comisaría. Ahí dijimos unas palabras, se acercaban los vecinos y alguno de ellos nos empezó a contar “que sí, que esa noche sentí que algo raro pasaba...”. En fin, al rato nos tuvimos que ir porque vimos que empezaban a dar vueltas unos tremendos camiones y patrulleros... –continúa Lohana contando cómo le rindieron homenaje a Mocha Celis. Mocha. Nuestra lucha, Su vida, Mi derecho es, sin duda, un documental necesario ya que visibiliza lo que la sociedad con sus mandatos trata de ocultar y dejar en la oscuridad y de esto se ocupan las fuerzas del orden persiguiendo y asesinando a las personas trans. Mocha vive en cada libro, cada banco, cada estudiante y en cada lucha.
Vice, el devorador de planetas Adam McKay rompe con las normas clásicas de los biopics para generar esta biografía sobre el vicepresidente con mayor poder en la historia de los Estados Unidos y quien manejara la agenda del mundo entre el 2001 y el 2009: Richard “Dick” Cheney, vicepresidente de George W Bush. Mordaz y sarcástico, Mckay (quien dirigió La gran apuesta 2015 sobre la crisis de 2008), hace una radiografía no solo de Cheney (a cargo de Cristian Bale) sino de cómo se teje la maraña de decisiones que se toman en la Casa Blanca. Con humor grueso y yendo y viniendo en el tiempo, recorre 40 años de historia del país imperialista. Con un narrador en off llevando el relato y un final abrupto en la mitad de la película, feliz por cierto, para retomar la otra mitad del film con un final más ajustado a la realidad, mostrando que los finales felices solo existen en las películas. El director también echa mano al comic, a imágenes de colores estridentes y a escenas de bombardeos. Diálogos delirantes, como la escena en el restaurante donde el menú es una serie de medidas a pedir de boca de Cheney: legitimar la tortura y el poder absoluto. Con alusiones a Macbeth, como la escena de la cama donde Cheney y Lynne, su esposa, dialogan recitando versos como personajes shakesperianos. Es destacable la alusión a Galactus, personaje del comic de Marvel, “un ser cósmico que necesita consumir planetas para calmar su hambre”. Son estos elementos los que hacen del film una biografía novedosa en términos cinematográficos. Vice, jugando con el término en inglés, vicio, es una crítica a los Estados Unidos, a sus políticos y a la sociedad que termina eligiendo líderes que, con discursos conservadores, patriarcales y xenófobos, llegan al poder. Cheney es caracterizado como un hombre opaco, sin carisma, callado, obsecuente y de sí fácil para lograr sus objetivos exitistas. Nada lo asusta, no teme y esto se ve en las escenas que tiene ataques cardíacos, solo parece temerle a su esposa Lynne, la verdadera artífice de Cheney. Sin embargo, desde lo político, McKay polariza y muestra, a través de sus dos horas de película, que los republicanos, desde Nixon hasta Bush pasando por Reagan, son los únicos responsables de los bombardeos a Camboya, Irak y Afganistán, de la persecución y tortura de sospechosos de terrorismo, de líderes religiosos árabes y de la contaminación global. Es curioso que la única alusión al Partido Demócrata sea la presencia del ex presidente Jimmy Carter, quien aparece como un líder pacifista y ambientalista. No hay demócratas malos. Para McKay el demonio es republicano y solo republicano, un poco maniqueo si consideramos que, entre otras cosas, Bill Clinton lideró el ataque de la OTAN a Kosovo, desde el 11 de septiembre de 2001 los demócratas votaron todas las leyes que fueron sostén de la política exterior en Afganistán e Irak, el multimillonario presupuesto de defensa, la legalización de la tortura y la intensificación el uso militar de drones. La Ley Helms-Burton que continuó y reforzó el embargo estadounidense a Cuba fue aprobada bajo mandato demócrata, junto con el bombardeo a Irak en 1998. Esta visión tan sesgada sobre los gobiernos de este coloso hambriento e imperialista hace que la película se convierta en una herramienta acorde a la campaña demócrata, que tan buenas amistades históricamente mantiene con la industria cinematográfica. No va más allá porque no quiere. De igual manera, es destacable el coraje con que McKay denuncia la actuación asesina de Cheney, pintándolo como un hombre sin miramientos , y a Bush como un imbécil manipulable (a cargo del genial Sam Rockwell) y cómo, a partir del ataque a las Torres Gemelas, se encargan de construir el enemigo con la ayuda de los medios. Es llamativo que Cheney, en medio de aviones estrellándose en las Torres, hable con su abogado. Claro, Cheney era el director ejecutivo de Halliburton, la compañía norteamericana de petróleo, y tenía lazos con Lockheed Martin, compañía multinacional de la industria militar, de origen estadounidense. Un gran elenco lleva adelante la acción, donde se destacan Amy Adams como Lynne Cheney, Sam Rockwell y Steve Carell, en la piel de Donald Rusmfeld. Mención aparte para Cristian Bale que desaparece dentro de Cheney para moldear un personaje siniestro, callado, sin escrúpulos, lento en sus movimientos y un padre de familia cariñoso y comprensivo. Aterrador. Vice, un film que rompe con los lineamientos clásicos del biopic, para denunciar cómo Estados Unidos invade, bombardea y arrasa con pueblos enteros, asesinando a sus habitantes, para llevarse el petróleo y saquear sus recursos naturales. Un Galactus que devora planetas.