El vicepresidente maldito. La trama de Vice se plantea como una vida ejemplar negra: algo así como el revés del self-made man que alimentó y alimenta (administración Trump mediante) el mito norteamericano de país pródigo en oportunidades. En tal sentido, la película de McKay se encarga de relatar cómo un don nadie, proclive a beber en exceso e iniciar pleitos –según retrata la secuencia inicial– asciende progresivamente hasta ocupar la cúspide gubernamental de la nación más poderosa del mundo, parafraseando aquí el discurso nacionalista de supremacía blanca dado al Cheney interpretado por Christian Bale. De ahí la intervención insistente de un misterioso personaje narrador en el film (de quien conoceremos recién en el desenlace su propia participación en los eventos de la trama), encargado de datar e hilvanar los episodios de la vida de Cheney que conforman su carrera ascendente hasta la vicepresidencia, hito final certificatorio de la fábula patriótica norteamericana de tierra de prosperidad asegurada.
Narrador verdaderamente locuaz, puesto que McKay no sólo le asigna referir los hechos del biografiado sino, también, le hace pronunciar largas alocuciones didácticas que recuerdan en demasía las lecciones brindadas por Francis Underwood en House of cards respecto de los entretelones del quehacer político en la Casa Blanca. Estos comentarios del narrador que ilustran al espectador sobre la sagacidad de Chaney y su articulación con la fantasmagoría de la bonanza de oportunidades intrínseca a los Estados Unidos, hacen explícita la intención de McKay de componer un retrato de hombre público que refleje el envés de los ideales norteamericanos. Reflejo que busca desembozadamente espejar la imagen del presidente actual con su eslogan ganador de Hacer grande a América otra vez (aludido en Vice con la cita del discurso del también republicano Ronald Reagan), cuya proclama abreva y distorsiona –si seguimos la tesitura de McKay– el mito de país dadivoso en posibilidades para el desarrollo individual.
La moraleja emerge, entonces, clara: pervertida la chance de progreso que provee la magnificencia de los Estados Unidos con la opción de Cheney por el Mal (o el Diablo, según la musa inspiradora declarada por Bale), el idílico self-made man resulta un monstruo. Anomalía corporeizada en el magnate despiadado que retrata Vice, presto para decidir –una vez lograda la hazaña de conquistar el poder político– la invasión y expropiación de los recursos de países periféricos, a fin de incrementar el propio patrimonio junto al de empresarios amigos. Cheney y Trump un solo corazón, sermonea recursivamente la película de McKay, aunque ese tono aleccionador pretenda ser escamoteado mediante breves intervalos de chistes y escenas de gags creadas ad hoc por el entrometido narrador del film.
De tal forma, si la puesta presenta la vida de Cheney como contraejemplo, la moraleja conlleva un llamado conservador a salvaguardar el american way of life, nuevamente amenazado por el arribo de otro magnate inescrupuloso a la Casa Blanca. Interpelación rayana con la moralina de poner la casa en orden, frustrante de la pretendida radicalidad autoproclamada por los realizadores de la película (aunque, claro, el gesto rebelde de la biografía no autorizada sirva para promocionar, y vender, entradas). Así, Vice está más próxima a Primary Colors por el común cuestionamiento indulgente sobre las formas de ejercicio del poder (en tanto la biopic de McKay expresa un malestar centrado en la actitud bravucona de Cheney), antes bien que la crítica de fondo al sistema político formulada por Welles en Citizen Kane. Es harto conocida la dificultad para lograr simbiosis entre el arte y la política; Vice no parece particularmente saber resolver con eficacia esa relación conflictiva.