Dick Cheney fue el vicepresidente durante la gestión de George W. Bush. El vicepresidentepresenta a este curioso político como alguien sobradamente poderoso, con facultades de estado auto-adquiridas por su conocimiento del campo burocrático, esto sumado a la incapacidad de un presidente que llegó al estrado por carisma y nombre no auguraba lo mejor para el Estados Unidos de 2001.
El vicepresidente ha sabido alejarse de la luminosidad de Lincolno la severidad de Darkest Hour (por citar ejemplos sobre biopics de líderes) por su histrionismo y cinismo a cuestas cuando se están tratando temas serios, extremadamente serios. A saber, diversas acusaciones durante uno de los gobiernos mas fraudulentos de la historia de USA: crímenes de estado, violaciones a los derechos humanos y prepotencia a nivel mundial… un gran juego de ajedrez. Eso avala a El vicepresidente como reveladora más no como una buena película.
Christian Bale es Dick Cheney, un consumidor de alcohol nato que apenas tiene para mantener a su familia y vive de juerga en juerga gracias a un trabajo tipo The cable guy. Un día recibe el ultimatúm de su mujer Lynne (Amy Adams) (“Podría acostarme con cualquiera de este pueblo pero sigo contigo ¿sabes por qué?”). Ese es el momento del click en la vida de Dick Cheney. De allí en más solo ascenderá en el congreso después de comenzar como pasante hasta llegar a ser un hombre sumamente poderoso con el don para hablar y transmitir lo correcto en el momento adecuado.
Dick Cheney no temía a nada ni nadie, ni siquiera a esos pequeños infartos que le sobrevenían en plena campaña electoral, en realidad solo temía a una cosa: fallarle a su esposa. Bale hace un trabajo interesante en la composición de un personaje que podría haber caído fácilmente en lo caricaturesco y Amy Adams no está nada mal (¿alguna vez estuvo mal en toda su carrera?).
El tono de la película es socarrón, ácido, cínico y el motivo tiene nombre y apellido: Adam McKay. El director proveniente de la escuela Saturday Night Live con varios films previos protagonizados por ese diablillo llamado Will Ferrellotorga su impronta. Los chistes sobre penes, masturbaciones y drogas quedan en un segundo plano, aunque Steve Carrell tome ese rol (hay varios pasos a lo The Office).
Saldrán satisfechos quienes quieran una buena lección de historia con un poco de crema chantilly encima (edulcorada, muy edulcorada) o quienes esperen buenas actuaciones, no mucho más que eso.