Aunque no es lo mejor que hizo McKay y en cierto sentido “se pasa de progre”, el resultado como invención y como método no deja de ser interesante.
Más de una vez, aquí o en la página de On Demand, hemos mencionado a Adam McKay, uno de los genios contemporáneos de la comedia y un tipo con muchísima mala suerte en las salas argentinas: solo su película “La gran apuesta” (porque hablaba de “un caso real” y la nominaron a los Oscar por eso) tuvo estreno comercial; sus obras maestras de la comicidad alocada (“El reportero”, “Loco por la velocidad”, “Policías de repuesto” o “Hermanastros”) son sólo filmes de culto en el digital, aunque los que las vieron saben que son geniales.
El vicepresidente es un poco una mezcla de las dos vertientes: por un lado, la biografía de Dick Cheney, el villanesco vicepresidente de George W. Bush. Por el otro, una especie de grotesco donde todos los personajes son tratados como pura invención cómica cuando –y he aquí el gran tema– existieron –existen– en el mundo real. Aunque no es lo mejor que hizo McKay y en cierto sentido “se pasa de progre” (estos tipos no eran tan patéticos como parecen), el resultado como invención y como método no deja de ser interesante.
Por cierto, en la ficha pusimos “drama”, pero es rarísimo utilizar ese término considerando el tono de este film más original, en principio, que la media del cine industrial, incluso a pesar de sus fallas. Lo de Christian Bale con toneladas de maquillaje es realmente un trabajo notable, algo digno de los mejores payasos del cine, y lo mismo sucede con el de Amy Adams.