Corrosiva, irónica y por momentos escalofriante. El Vicepresidente es un cachetazo de realidad de McKay, que vuelve a utilizar el humor para desmenuzar temas complejos. Su narración desperdigada es su principal falencia y sus mayores fortalezas son su tono y las actuaciones .
En 2015 el director Adam Mckay dirigió y co-escribió La Gran Apuesta (The Big Short), film que cosechó 5 nominaciones al Oscar y se llevó el de Mejor Guion Adaptado. El cineasta que inició su carrera como director y guionista de Saturday Night Live y se hizo un nombre con buenas películas de comedia como Anchorman – The Legend of Ron Burgundy (2004) y Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby (2006) sorprendió a todos al tomar una historia que tradicionalmente pediría un tratamiento más serio y solemne. Sobre todo al tener en cuenta su estilo absurdo, anárquico e irreverente, el énfasis en la improvisación de los actores para definir la personalidad de los personajes y sus bromas y remates, tan estúpidos y originales que solo pueden provenir de un buen escritor.
McKay terminó siendo el hombre adecuado para dirigir La Gran Apuesta, un film que explica como se gestó la explosión de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que afectó a todo el mundo y generó catástrofes económicas generalizadas entre 2007 y 2010. Su narración poco convencional rompiendo la cuarta pared para explicar complejos conceptos económicos mediante cameos de celebridades y su correcto balance de comedia con drama la convirtieron en una de las películas mejor criticadas del año.
Ahora McKay decide dejar de lado la economía y las finanzas para contar la vida de uno de los políticos más ambiciosos y reservados: Dick Cheney, el vicepresidente más poderoso de la historia de los Estados Unidos.
Richard “Dick” Cheney (Christian Bale) inicia la película en el 11 de septiembre de 2001, ya siendo vicepresidente de los Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush (Sam Rockwell). Con los atentados contra el World Trade Center en marcha todo es caos, desesperación y confusión. Solo él parece tranquilo, entusiasmado, analizando las posibilidades que el atentado terrorista abría para su país, el mundo y las grandes empresas petroleras.
A través de la narración de un americano promedio llamado Kurt (Jesse Plemons), conoceremos la juventud de Cheney, quién decide enderezar su vida para no perder a su fiel esposa Lynne (Amy Adams), pilar fundamental de su familia y su carrera política. Años después comenzará su camino en Washington, como pasante en la Casa Blanca trabajando para Donald Rumsfeld (Steve Carell), asesor político del entonces presidente Richard Nixon.
Cheney, un hombre de pocas palabras, aprenderá a mantener los oídos atentos y rodearse de la gente correcta hasta forjar una carrera política que lo llevó de reparar tendidos eléctricos en Wyoming a convertirse en jefe de Gabinete de la Casa Blanca, secretario de defensa, Congresista en la Cámara de Representantes, CEO de la petrolera Halliburton, Vicepresidente y principal artífice de las invasiones a Afganistan e Irak, conflicto bélico que dejaría miles de muertos y prisioneros torturados, llevaría al nacimiento del Estado Islámico y serviría como fachada para oscuros negociados entre empresas petroleras y contratistas militares.
McKay, claramente parado en las antípodas ideológicas y políticas de Cheney y sus secuaces, plantea la película con la sutileza de un mazazo en la cabeza. Con una bajada de línea que comparte más de una similitud con el estilo de Michael Moore El Vicepresidente se planta como una biografía no autorizada de uno de los personajes políticos más siniestros, mostrando sin concesiones como la vida de este adicto al poder moldeó la política norteamericana y el peso de sus acciones, cuyas consecuencias pueden sentirse hasta el día de hoy.
Sin duda el trabajo interpretativo de Christian Bale (que ganó casi 20 kilos para el papel) va más allá de la transformación física y las capas de excelente maquillaje. El actor británico captura cada gesto, movimiento, postura y elemento de lenguaje corporal de Cheney, un hombre parco, que demuestra poco con la cara pero al ver su media sonrisa torcida, mientras une sus manos con el cuello hundido entre los hombros como una tortuga, el espectador puede notar como los engranajes de su maquiavélico cerebro se ponen en marcha, buscando acumular más poder.
Adam McKay conoce el poder de la sátira para comunicar un mensaje y en El Vicepresidente le da rienda suelta a su irreverencia y un oscuro y ácido sentido del humor. Políticos hablando alegremente de bombardear Camboya, negociaciones entre Bush y Cheney mezcladas con planos de pesca con mosca (lanzar un señuelo al agua y esperar que el animal pique), la breve pero genial escena con Alfred Molina en el restaurant, el “falso final de la película” y una escena post créditos espectacular. McKay imagina a Cheney y su esposa recitando soliloquios shakespearenos y nos muestra al vicepresidente acostado en una camilla, literalmente sin corazón, mientras la escena se interrumpe por metraje de bombardeos. tortura y soldados posando junto a cadáveres irakíes.
Con un tono que fluctúa constantemente entre la comedia y el drama casi documental, una edición brillante y por momentos caótica pero controlada (el trabajo de Hank Corwin es muy bueno) y la sobresaliente labor del elenco, McKay logra entregar una película que para muchos puede resultar incómoda por su clara bajada de línea, pero a la vez necesaria, para reconocer la historia de los inescrupulosos jugadores silenciosos del poder.