No siempre un cargo honorario
En la política internacional hay nombres que le resultan familiares a cualquiera, gente poderosa destinada a quedar en el recuerdo. Y también hay otra gente, tan o más poderosa, que se mantiene en un segundo plano, olvidable a la vista de la mayoría.
REVIEW: Sólo la verdad
Dick Cheney está en ese segundo grupo. Ocupó el desdeñado cargo de vicepresidente sin que desde afuera se notara que, en realidad, fue el hombre más poderoso dentro del gobierno de George W. Bush y el impulsor de la invasión a Irak. Pero su historia comienza décadas antes: cuando era un simple trabajador con problemas de alcohol que le valieron quedarse afuera de la universidad, se decidió a dar un giro rotundo a su vida tras recibir un ultimátum de su esposa. Entró en la política asistiendo a quien luego sería su mentor, no por convicciones partidarias o políticas, aunque sí ideológicas.
Estaba decidido a convertirse en alguien con poder y sabía que no podía dejar que esas minucias lo condicionaran. Trabajando en la Casa Blanca aprendió cómo funciona la maquinaria del poder real y cómo tirar de los hilos para llevarlo hacia donde dictaban sus propios intereses.
Un monje negro gringo
La narración de un personaje misterioso que no revela su identidad pero promete estar conectado con el protagonista, va conectando retazos de la vida de Dick Cheney desde sus inicios hasta su momento cúlmine en el poder. Allí -según esta película- se convirtió en el verdadero gobernante del país manejando los hilos del poder detrás de un presidente que entró a la política por mandato familiar, pero que estaba más interesado en jugar al golf en su rancho de Texas que en la presidencia.
Con un formato que desdibuja los bordes entre documental y biopic,El Vicepresidente relata con mucha ironía y humor ácido una parte de la historia reciente de la política estadounidense bastante documentada pero no por eso muy difundida: los negocios que surgieron durante la invasión de Afganistán e Irak, especialmente aquellos en los que estuvieron implicados varios miembros del gabinete presidencial como accionistas o gerentes de empresas contratistas del Estado, recibiendo oscuros contratos multimillonarios.
Mucho se habló sobre los motivos políticos y electorales para iniciar la guerra con fundamentos que con el tiempo se demostraron falsos, pero no tanto se habló sobre el gran negocio que fue para un par de contratistas y empresas petroleras, varias de ellas vinculadas a miembros del gabinete nacional.
Vice tampoco se concentra en dar detalles ni explicar mucho, no es esa clase de documentales. Al contrario, requiere tener algunos conocimientos básicos de los hechos que narra y de los personajes, porque no va a presentarlos. Salta ágilmente entre años y situaciones, concentrándose más en la construcción de poder del futuro vicepresidente que en denuncias concretas contra sus acciones, a las que menciona al pasar. Todo esto con guión y montaje afilados que no solo no esconden su postura política, sino que la hacen parte del chiste, permitiéndose romper el realismo cuando hace falta para que sus personajes digan lo que realmente están pensando mientras el resto de los personajes escuchan una mentira diferente, lo que seguramente dijo el personaje real en ese momento.
Es evidente que para Adam McKayDick Cheney representa todo lo peor de la política; alguien capaz de mentir, extorsionar y hasta causar muertes con tal de sacar un beneficio, y que por más que le dé oportunidad de justificarse como un convencido de lo que hace, es claro que no le cree en lo más mínimo. El vicepresidente encarnado por Christian Bale es casi un personaje de terror que intranquiliza con apenas una mirada y un gesto mínimo, forzado a hablar muy poco y dejar las explicaciones para otros personajes, todos en un nivel similar de interpretación.