Un hombre busca escaparse y llega a una extraña playa del pacífico llamada “Las Barras”, un pequeño pueblo administrado por la comunidad nativa. “Cerebro”, es el líder del pueblo. Se trata de un paraíso sin ley ni políticos. Donde la comunidad es libre y vive de alquilar habitaciones a traseuntes pasajeros que al igual que el misterioso y lacónico protagonista buscan una salida.
Sin embargo la presencia de otro “blanco” que empieza a poner límites y quiere cambiar la tranquilidad del lugar para poner un bar y construir un complejo turístico más imperialista, aprovechándose de la “inocencia” de los habitantes, modifica la calma de “Las Barras”. El protagonista se relacionará con una curiosa nena, y la novia del otro blanco, por lo que quedará en medio de un conflicto que le es ajeno.
Una fábula austera, filmada con solvencia y aprovechando fotográficamente el extraordinario paisaje, El Vuelvo del Cangrejo, se trata de una obra de contemplación sin demasiados discursos ni tono moralista. Sin embargo, se nota cierta pretensión por querer hacer un trabajo demasiado cuidado en lo estético e interpretativo. La solemnidad de este mismo tono, provocan que la película tome cierta distancia con el espectador y el ritmo sea un poco lento. Se trata de la visión de otra Colombia, lejos de la droga y los crímenes de Sicarios que el cine comercial estadounidense (e incluso el mismo colombiano) tratan de pintar usualmente. En cambio se trata de una obra más reflexiva y rigurosa, cuya cuidada puesta en escena la emparentan más con Los Viajes del Viento de Ciro Guerra, director que Navia, toma como cierta referencia en su filmografía. Pero Guerra apuesta más por un relato más lineal con cruce de géneros. Navia en cambio, decide ser más libre en espíritu, y difícil de encasillar en un género. Esto genera, por un lado, que se aparte de las convenciones, pero también que el relato sea menos atrapante.