Luego de una década dedicada al cine de animación, el otrora bienamado director de la trilogía “Volver al futuro”, retorna al cine de ficción con actores de carne y hueso.
Convengamos que de aquella triada cinematográfica la única realmente valedera es la primera, realizada allá por el año 1985, las dos posteriores (1989 y 1990) están muy por debajo, y ello sólo se debió, en principio, a que el impacto de ideación se había acabado en la original.
Luego vendría, tal como debe suceder en la gente que responde al cuerpo orgánico de la industria del cine de hollywood, específicamente al riñón de Steven Spielberg, la obtención de premios “Oscar” que Robert Zemeckis, de él estamos hablando, con ese pastiche recontra sobrevalorado que fue “Forrest Gump” (1994), toda una oda a la estupidez humana.
Luego, como corresponde a todo cine hollywoodense que se precie de tal, se pudo sostener con otra película del montón en cuanto a estructura, búsqueda estética, transformaciones del lenguaje etc., pero que para llenar las arcas contaba entre sus bienes más preciados la actuación del gran actor Tom Hanks, quien se puso sobre sus hombros “Naufrago” (2000).
En esta ocasión Robert Zemeckis vuelve a recurrir a un actor taquillero, muy bien secundado por otros actores, pero con un guión con muy poca autonomía de vuelo.
El filme abre con una escena de sexo, drogas y rock and roll.
Whip Whitaker (Denzel Washington) se da con lo que tiene a mano, marihuana, alcohol, cocaína, y lo comparte con Kathy Marquez (Nadine Velazquez), una latina que raja la tierra que, a la postre, sería una compañera de trabajo.
No cualquier trabajo, Whip es un capitán piloto de aviación comercial. Para poder asumir sus responsabilidades y llevar a buen aeropuerto el avión llama a su mejor amigo Harling Mays (John Goodman), un personaje entre siniestro y jocoso, entre trágico y payasesco (lo mejor del filme) un dealer vestido con camisa hawaiana, colita, anteojos oscuros, para quien las autoridades están puestas sólo para ser degradadas..
Harling llega con la medicación salvadora, aquella que hará que el capitán recupere la compostura que debe tener un hombre que cargara con la responsabilidad de más de cien vidas a bordo del avión.
Paralelamente conocemos a Nicole, (Kelly Reilly), una joven adicta, más cerca de un cementerio que de un centro de rehabilitación.
Dos secuencias que nada tienen que ver en principio a una historia común, en segundo lugar a un espacio común, si podemos inferir a un tiempo contemporáneo.
Así, dadas las cosas, comienza el día como cualquier otro, son un despegue complicado del que sale airoso el hasta ahora nuestro héroe. Decide dormir una siesta dejando todo en manos de su debutante copiloto, pero el avión falla, comienzan los problemas y todo se va para abajo. La nave esta descontrolada, el capitán se despierta y resuelve hacer una maniobra impensada para todos, y de esa manera salva a la mayoría de los pasajeros, sólo se deben lamentar 6 fallecidos, entre ellos se encuentra la buena de Kathy.
Esta es la escena mejor rodada del filme, toda una lección de cómo mostrar respetando el género al que se adhiere, en este caso podría ser el famoso cine “catástrofe”, tan en boga en los ‘70, pero con una temporalidad narrativa más cercana al cine de acción, y salir airoso.
El problema es que todo esto sucede, incluyendo la presentación de los personajes, en los primero 20 minutos. Allí se termina la vertiente acción/catástrofe/aventura para adentrarse en un meloso drama judicial cotidiano.
En el hospital, mientras se recupera de sus heridas, conoce a Nicole, que llego con las dos piernas hacia delante por sobredosis de heroína, pero pudo ser rescatada.
El encuentro se produce en las escaleras de incendio del hospital, donde los internos van a fumar, cigarrillos.
Las imágenes captadas por aficionados de las maniobras durante el vuelo realizadas por el comandante lo instalan como el héroe del momento, nada importa más que el haber salvado vidas.
Pero ante la duda la compañía tomo muestras de sangre de toda la tripulación, entonces comienza el vía crucis de nuestro héroe alcohólico, drogadicto, cuyo pecado más inocuo es la soberbia, que se debate entre la caída más estrepitosa, que incluiría la cárcel, y la posibilidad de redención, que le plantea Nicole.
El filme entra en una meseta narrativa donde todo, o casi todo, es previsible, por ende aburrido. Se suma la aparición de Hugh Lang (Don Cheadle), un abogado traído por su amigo del sindicato, Charlie Anderson (Bruce Greenwood), para aliviar las consecuencias de los desbordes del piloto.
El gran Denzel Washington hace maravillas para que su personaje sea creíble, querible y odiado, todo al mismo tiempo, pero como su desarrollo tiene una resolución no trabajada, no justificada, todo lo que hizo el actor no sirve, se desbarranca.
Lo mismo ocurre con los restantes intérpretes ya nombrados. Lastima que el gran John Goodman aparezca sólo dos veces en toda la narración.
En cuanto a los rubros técnicos, todos de impecable factura, es verdad, pero todos en función del producto como tal. Se destaca el diseño de montaje, sobre todo el de sonido y la banda musical
Demasiado poco como para justificar las más de dos horas de proyección.