Puede que no sea tan talentoso como Spielberg o tan marketinero como George Lucas, pero Robert Zemeckis es un peso pesado del firmamento hollywoodense. Fue responsable de Volver al futuro y de Forrest Gump, eso debería bastar para hacer de su nombre una leyenda. Más allá de los dos hitos mencionados, el hombre realizó ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, La muerte le sienta bien, Contacto y Náufrago , títulos seguros en la filmografía de cualquier cineasta. Durante la última década Zemeckis se volcó al cine animado (El expreso polar, Beowulf, Un Cuento de Navidad), por lo que El Vuelo constituye su esperado regreso a la acción en vivo. La trama se centra en Whip Whitaker (un impecable Denzel Washington), capitán de avión alcohólico y drogadicto. En la primera escena nos enteramos de todo: después de una noche de reviente, el protagonista se esnifa unas líneas de cocaína y encara hacia el aeropuerto. Es evidente que su estado está lejos de ser óptimo, pero más preocupante aún resulta ser, una vez en el aire, el estado del vehículo. Whitaker, un as al volante, dibuja unas maniobras espectaculares, incluyendo una pirueta que deja la nave en posición invertida, para aterrizar dificultosamente en medio del campo. El saldo es de seis muertos, que podrían haber sido cientos. El piloto es reconocido como un héroe nacional, por lo menos hasta que se revele el resultado de su análisis de sangre.
Una vez finiquitada la escena del vuelo, la película se convierte en el doloroso retrato de los tormentos de Whitaker. Menos mal que al director se le ocurrió llamar a John Goodman para encarnar al dealer, un detalle simpático en medio de tanta angustia. Porque el relato parece regocijarse con el fracaso y el sufrimiento del adicto, que no puede ni quiere dejar de arruinarse la vida. Su infierno personal es llevado hasta las últimas consecuencias, y bien sabemos con qué fin Hollywood suele hacer este tipo de cosas. Porque cuando parece que todo está perdido, cuando parece que nuestro héroe va a salirse con la suya a la hora del interrogatorio, Zemeckis nos despabila con el campanazo de la redención. Dicho de otra manera: El vuelo prefigura un espectador cómplice de su endemoniado personaje principal; un sujeto discursivo que, aun sabiendo diferenciar lo correcto de lo incorrecto, desea esto último: el pobre tipo estaba borracho y drogado, pero su desempeño como piloto ante el mal funcionamiento de la nave fue brillante, por lo tanto no debe pagar. El final, como era de esperarse, llega con toda la energía de un cachetazo aleccionador.