En un colosal regreso al live action desde Náufrago luego de incursionar en territorio animado con El expreso polar, Beowulf y Los fantasmas de Scrooge, Robert Zemeckis vuelve más controversial que nunca en este relato que no se parece en nada a lo que ya haya hecho en su destacada filmografía.
¿Queda algo más que decir cuando la escena inicial de Flight nos muestra al capitán Whip Whitaker en la cama durante la mañana, acompañado de una belleza desnuda y tomando el primer trago de cerveza y la primera línea de cocaína del día? Dicha escena nos demuestra varias cosas: que Zemeckis está jugando fuera de su zona de confianza, que está delimitando territorio dentro de la rota psiquis de su personaje principal, que nos presenta la penosa calidad de vida del mismo, y por que derroteros se conducirá la película. Claramente un estudio tridimensional de un personaje conflictivo y aquejado por sus propias elecciones de vida, Flight nos introduce rápidamente al quid de la cuestión, el detonador de la trama, con el malfuncionamiento del vuelo del que Whitaker es piloto. En una escalofriante demostración del poderío visual que puede captar en cámara, el director entrega una de las escenas más recordadas del año: el accidente del vuelo y el casi milagroso rescate por parte del piloto conforman un trago muy duro y angustiante que es sin lugar a dudas el detalle más recordado del film, por el que sólo vale la entrada para disfutar y aterrorizarse en la pantalla grande.
A partir de allí, las repercusiones del accidente afectarán al explosivo papel que tiene en sus manos un Denzel Washington en plena forma como no se lo veía hace años, desde Man on Fire; el capitán Whitaker es un personaje enfermo, cuyo espiral no parece tener final, y se necesitaba de un actor de peso para conformarlo, y Washington lo logra con creces; ya sea sintiendo pena o disgusto por las situaciones en las que se ve inmersas el piloto, la composición del papel es impecable y al guión de John Gatins no le tiembla el pulso para enfrentarlo contra momentos difíciles de ver, pero conducidos con maestría por un actor que con apenas gestos dice historias completas. Es para notar que el guión se disuelve un poco cuando entra en escena la fotógrafa drogadicta de una brutal Kelly Reilly (cuyo papel tranquilamente podría haber estado nominado este año), pero recupera su potencia cuando llega el esperado momento de la audiencia en la que Whip deberá encontrarse cara a cara contra su demonio más grande al defender sus acciones heroicas mientras estaba alcoholizado y drogado. Aunque el epílogo se sienta forzado y algo blando, el viaje no desmerece la labor del guionista, que mezcla una visión descarnada del alcoholismo y las adicciones con pinceladas espirituales y religiosas en el camino.
Así como Washington tiene el control de la pantalla durante toda la película, ciertos secundarios son bastante vistosos, como la antes mencionada Reilly, y también el dúo de Bruce Greenwood y Don Cheadle (el uno amigo de Whitaker y el otro el abogado defensor) mientras que John Goodman se roba las escenas en las que interpreta a un proveedor de droga amigo de Whip (a quien se lo presenta con la oportuna Sympathy for the Devil de los Rolling Stones) y James Badge Dale conecta a los personajes principales mediante una interesante escena en la cual es el eje como un paciente terminal de cáncer.
Robert Zemeckis logra así en Flight un viaje turbulento en el que vuelve a un plano que nunca debió abandonar; con un protagónico explosivo y duro por parte de Denzel Washington, el drama presenta un estudio de un alcohólico cuyo peor enemigo es él mismo.