Días de vino y vuelos
Luego de más de una década y de tres problemáticas incursiones en el cine animado bajo el método de la captura de movimiento (El expreso polar, Beowulf y Los fantasmas de Scrooge), Robert Zemeckis retorna al cine de acción en vivo y demuestra que si bien el tiempo pasó desde Náufrago, aún mantiene su mano firme como narrador. Y esto es más que necesario en una película que parece estar integrada por varias mini-películas que se fusionan entre sí, con una mirada que resulta contradictoria sobre los temas que aborda (la autosuperación, la fe, las adicciones, la familia, el heroísmo) y donde siempre, una y otra vez, Zemeckis logra volver al hueso del relato: el conflicto de un hombre, Whip Whitaker, un piloto de aviones alcohólico y drogadicto, y su insuperable espíritu autodestructivo. Es que así como Whip logra mantener un avión que se va en picada, haciendo un inverosímil loop en el aire, para salvar a casi toda la tripulación, Zemeckis mantiene a flote un relato que con otra mano detrás de cámaras podría haberse estrellado. Reconozcamos que finalmente se llega a buen (aero)puerto, aunque siempre queda algún herido en el camino.
Antes que nada, sorprende Zemeckis en este regreso por la explicitud en la manera de mostrar algunas cosas: referente del ala más blanca de Hollywood de las últimas cuatro décadas (aunque La muerte le sienta bien lo muestre como el hermano revoltoso), el director arranca El vuelo con desnudeces y drogas, expuestas sin contemplaciones. Esto, que no debería llamarnos tanto la atención, hace ruido en el ojo acostumbrado al habitualmente mojigato registro del cine industrial norteamericano. Claro, también podemos entenderla como la mostración del lugar desde el cual parte el personaje principal: un infierno al cual cae en picada y del que le costará salir. Sea como sea, Zemeckis tanto aquí como en otros pasajes, no parece tener muy en claro qué decir sobre lo que tiene que decir. O, para mejor, todos estos años en los que estuvo alejado del cine de acción en vivo, le quitaron algunos filtros y en el regreso se permite mostrar un poco más desinhibido. El vuelo parece una película que tiene sólo fe en el relato y en la capacidad del mismo como constructor de historias: un poco, también, lo que le ocurre a Whip y su erigirse como héroe.
Decíamos de las varias mini-películas que van dándole identidad a El vuelo. El arranque es casi de cine catástrofe y suspenso (otra vez después de Náufrago Zemeckis como pocos filmando un accidente aéreo), pero hay pasajes de drama familiar, otros de drama sórdido sobre adictos, alguno más reflexivo sobre el heroísmo falso y la culpa, también sobre romances autodestructivos, y hasta una última parte que es como una mini película de juicio. De todos estos destinos que Zemeckis transita con su nave, el último, es el peor: es el del intento de redención del personaje, que lo termina convirtiendo muy a su pesar en el drama edificante de la semana. Y esto ocurre a los muy pocos minutos de una de las secuencias más osadas del mainstream hollywoodense en años: la recuperación de una noche de borrachera con un par de rayas de coca.
En todo caso, repetimos lo anterior: todo está en El vuelo, lo virtuoso y lo vulgar, y uno puede elegir por aquello que más le interese (la forma en que aborda la adicción al alcohol del protagonista es por demás acertada y sin contemplaciones). La película cuenta con muchos simbolismos religiosos como para creerla un tratado sobre la fe, pero a la vez nos demuestra que sólo la virtud del autodestructivo piloto impidió el accidente. También está la moralina sobre dejar los vicios, pero a la vez se muestra a esos vicios como lazos que no son más que cuestiones constitutivas de nuestro ser. Y si eso somos nosotros, ¿por qué dejarlo atrás? Por eso una de las escenas más interesantes es aquella en que tres enfermos se encuentran en la escalera del hospital donde están internados, y charlan sobre la vida, la muerte, sobre lo correcto y sobre lo que no lo es. Es un diálogo sin certezas, un poco como el film mismo. Y de refilón vemos algunas internas empresariales y sindicales atractivas en su manipulación de la verdad. El vuelo es en definitiva la película de un agnóstico que no se decide del todo, pero que a la vez deja en stand by la posibilidad de una entelequia, de una mano invisible que controle y ordene. Como en todo el cine de Zemeckis, los personajes son un poco presas de su propio genio, mientras la historia los atraviesa.