Almas villeras
"Me siento culpable por haber sobrevivido", confiesa sollozando el padre Nicolás a su mentor, el cura Julián, en una de las escenas conmovedoras de Elefante blanco, la película de Pablo Trapero que protagonizan el belga Jérémie Renier y Ricardo Darín. Los hombres rezan. Los une la misma mirada sobre el dolor del mundo. Trapero encontró el tono narrativo para contar con imágenes el drama social de los villeros inmersos en la pobreza y en las leyes de un territorio violento.
La cámara entra a la villa y el lugar es protagonista, tanto como la mole de cemento abandonada, ese elefante blanco, el hospital que no fue, el hogar que nunca será. Los planos, sobre todo la perspectiva cabeza abajo, describen conflictos entre familias que pelean encarnizadamente por el control de la droga, y la crisis de fe de quienes trabajan en un contexto frente al cual no tienen respuestas. Están en crisis los curas y la asistente social (Martina Gusmán, imprescindible en el triángulo); está en crisis el sistema, que prefiere no mirar.
El director interviene esa realidad ajena, las callejas de barro y propone el vínculo difícil de los curas con su fe. El homenaje al padre Mugica, asesinado en 1974, funciona como reconocimiento a los curas villeros de todas las épocas. Las imágenes son contundentes, como el cortejo fúnebre que acompaña a Mario, el joven asesinado, con ritmo y énfasis épicos. Antes, el cura gringo llega a la cocina de la droga a buscar el cuerpo.
El director reproduce el laberinto de chapas y callejones, y puede filmar con la misma destreza técnica y corazón sensible, esa cueva, una balacera en la noche, el procedimiento policial, la misa o la fiesta. Darín sube y baja decenas de escalones entre escombros, en sintonía con el cura Julián que carga su propia cruz. El actor transmite con su voz la mezcla de tristeza y compromiso.
Trapero muestra las villas y sobre las imágenes se desliza la voz del cura. La cámara acompaña la procesión por Mugica y capta el color de una devoción popular que se agarra de lo poco que hay. Las dudas y desahogos del cura extranjero y la asistente social aparecen con la naturalidad de quienes no desentonan en el revoltijo de sentimientos y pálpitos. Elefante blanco se apoya en la reconstrucción detallada, la fotografía, los contrastes potentes y la música, recursos que bautizan al espectador en el rito de los más olvidados.