Resulta cuando menos simpático que el formidable inicio de Elefante Blanco le abra paso a la secuencia de créditos acompañado por las contundentes estrofas de "(lo que más me gusta son) Las Cosas que no se Tocan", de Intoxicados. Más si tenemos en cuenta que un curita francés hace caso omiso al gospel urbano de Pity Álvarez y le dedica unos mimos criminales al personaje interpretado por Martina Gusmán.
Elefante Blanco nos resultó una película divina, filmada como los dioses. En definitiva, un film a tono con su historia, que es la de un cura villero con background de Barrio Norte que intenta llevar adelante su labor caritativa junto a un pequeño puñado de acompañantes a la causa, algunos de ellos verdaderamente puros, otros definitivamente turbios. La causa involucra trabajo de base (comedor, primeros auxilios y primera comunión) en las villas miseria que crecen como hongos a un par de cuadras de donde se celebra el BAFweek, a través de los pasillos destrozados de un hormiguero de cemento que se soñó hospital y terminó hospedando -sin estrellas- a miles de estrellados.
Allí manda el Padre Julián (el Dios Darín), majestuoso cura villero quien por motivos que no viene a cuento relatar aquí incorpora a Nicolás (Jérémie Renier), un misionero belga que transcurrió las de Caín en la espesura peruana y que parece mantener con Darín una amistad lo suficientemente profunda como para acompañarlo en el yugo diario que supone el hecho de tomar lista en un curso de albañilería en el que el 80% de tus alumnos se perdió la oportunidad de aprender cómo levantar un muro de ladrillos por que dejó las neuronas en una virulana repleta de paco.
En este panorama tan desolador como estimulante (para cualquier cristiano practicante), Nicolás empieza a ganarse la localía a través de acciones temerarias, que incluyen corridas y guapeos MUY bien dirigidos y fotografiados. También empieza a ganarse la sonrisa kolynos de Luciana (Martina Gusmán), una asistente social que hace censos y también parece mantener estrecha relación con el resto de los soldados de cristo que circundan la realidad del Elefante Blanco ("sos tan rico que te das el lujo de ser pobre", le tira Gusmán a Nico, aunque quizás se estaba refiriendo a lo rico que está el belga con su camperita adidas tumbera).
Mientras Nico/Gerónimo(*) crece y copa la parada, a Julián lo apuran con una canonización que parece imposible e incluso contraproducente teniendo en cuenta la olla a presión en la que se encuentra el día a día de la villa (albañiles que no cobran su sueldo, sicarios motorizados que mandan a matar a los de la otra punta del mapa interno, la lluvia que todo lo ensucia y lo embarra) y en aquéllos momentos de distracción ajenos a lo urgente la película parece apurarse (extraño y llamativo... teniendo en cuenta que el guión es un esfuerzo conjunto entre Trapero y los Golden Boys del momento: Fadel, Mitre y Máuregui) y los últimos 15 minutos resultan un desmadre que de tan bien filmado y fotografiado nos bombardea el cerebro y nos hace olvidar (al menos a quien escribe) que está un poco forzado, como más de una línea previa de diálogo, otra vez dejada de lado por la estupenda factura técnica de esta pieza cinematográfica de alta escuela.
Enarbolar las cualidades técnicas de un film (cuando algunas de las otras cuestiones del mismo no te cierran) es el último recurso del crítico paja que no se juega del todo. Lo sabemos. Al punto de sostener -y concluír el presente artículo diciendo- que Elefante Blanco es una bestialidad cinematográfica que contiene los mejores planos secuencia de la historia del cine argentino y que le pega en el palo a la épica definitiva por que algunos personajes necesitan explicar qué están haciendo allí a través de frases que nos resultaron forzadas, y por que la sombra luminosa de Carlos Mugica sobrevuela la historia sin la definición suficiente como para superar la dedicatoria y escalar a la posición del homenaje.
(*): En la película que pude ver en el cine, el personaje que interpreta Jérémie Renier se llama claramente Nicolás, pero en IMDB y en Filmaffinity le pusieron GERóNIMO. Andá a saber que pasó.