Cine slum
La nueva película de Pablo Trapero (Mundo grúa, El bonaerense, Leonera, Familia rodante, Carancho, entre otras) se emparenta, a cierto nivel de estética y fenómeno descrito, con Ciudad de dios, Slumdog millonaire, y hasta la serie “El puntero” o el programa de TV por cable “Esta es mi villa”. Parafreaseando a Mike Davis, el teórico urbano, sociólogo e historiador autor de Planet of slums (Planeta de ciudades miseria), podemos decir que hay una suerte de “cine slum”, retratando esta cruda realidad: la “favelización de gran parte del mundo”, y desde ya teniendo cada obra mencionada sus propias particularidades.
Así, con un público “ya preparado”, Elefante blanco sin embargo impacta y se fija en la retina del espectador. Película producida por la española Morena Films y las argentinas Matanza Cine y Patagonik, retrata la “misión social” de algunos integrantes de la iglesia católica: el que realizan día a día los curas Julián (Ricardo Darín) y Nicolás (Jérémie Renier), acompañados por Luciana (Martina Gusmán), una asistente social; los dos actores cumplen bien sus papeles, mientras que el de Gusmán, secundario respecto al de los “curas villeros”, es menos lucido (su mejor actuación, como “actriz fetiche” de Trapero, sigue siendo la que hizo como protagonista de Leonera).
Varios planos secuencia demuestran la calidad del director en este film, donde los ambientes, resaltados y nítidos, con una excelente iluminación, permiten ese efecto de hiperrealidad que ya Trapero mostró en otras producciones. Entre el documental y el thriller, la película recrea con bastante minuciosidad diversos aspectos de la (dura) vida cotidiana en los barrios humildes. “Acá viven unas 30.000 personas más o menos; están sin censar”, le explica Julián a Nicolás cuando llega éste al barrio. El edificio al que alude el título de la película –el proyecto inicial del socialista Alfredo Palacios de construir un hospital que sería el más grande de Latinoamérica– y al que se lo intenta reconstruir tras décadas de desidia de “los políticos” (apenas mencionados), las misas y bautismos (homenaje al cura Mugica –asesinado por la Triple A en 1974– incluido), el paco y los jóvenes, las bandas de narcos (y sus tiroteos), la policía (y sus tiroteos) y el rol de subordinación a los poderes de la jerarquía eclesiástica (su no-opción por lo pobres cuando éstos luchan y se movilizan) son algunas de las tramas –junto a los dramas “personales” de los protagonistas– que se desarrollan, algunas más, otras menos, en Elefante blanco. También se destaca un momento donde hay una breve pero clara “observación cultural”: por la noche, cuando hay ciertos momentos de calma en el barrio, todos los televisores están sintonizando a una misma hora el mismo canal y “popular” programa…
Si hubiera que balancear entre el guión (escrito por el mismo Trapero junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre –autor de El estudiante–) y las imágenes, claramente ganan estas últimas (acompañadas, además, por la excelente música de Michael Nyman), mientras que algunas historias –e incluso, algunos personajes secundarios– están prácticamente de más. De conjunto, la película deja “resonando” en la cabeza una amplia cantidad de posibilidades de “futuro” para sus personajes, hipótesis y conclusiones para sacar; y eso, junto a la excelente filmación de esta(s) historia(s), es lo que permite decir que estamos ante una importante película.
Pablo Trapero (nos) vuelve a impactar con otra obra de su “cine social” (neo-neo-realista o hiperrealista –como se prefiera–), retratando “un mundo dentro del mundo”. Él mismo ha dicho que trata de brindar “una ventana para mostrar una realidad para mucha gente desconocida”; “una cierta mirada” con una reflexión sobre “qué es lo que pasa para que algo que es tan cercano parezca tan lejano”.
Actualmente unas 80 salas del todo el país pasan esta película, ya vista por 400.000 personas.
Elefante blanco no decepciona, e invita no sólo a recrearse (y para algunos/as a conocer) sino a pensar nuestra realidad.