Una de las pocas opciones interesantes y creíbles de producción nacional
Pablo Trapero nos brinda aquí una historia real, cargada de marginalidad y de violencia. Pocas veces el cine argentino logra hacer creíble una historia de villeros marginales que viven sobre el límite.
Esta es la historia de Gerónimo, un hombre de 45 años, devastado por un suceso trágico. Julián íntimo amigo de él, viaja para rescatarlo y le ofrece integrarse en su proyecto en una villa de emergencia. Ambos son sacerdotes de la Iglesia Católica que decidieron dedicar su vida a los más pobres: Julián en la Argentina y Gerónimo en los países del Tercer Mundo. A partir del encuentro, ambos se dedicaran a trabajar en la Villa Virgen, un enorme asentamiento en el conurbano bonaerense. Gerónimo comenzará a replantearse si la Iglesia es el mejor lugar para ayudar, mientras Julián buscará mejoras a través de la política. En la vida de estos dos hombres aparecerá una abogada atea, dos formas de defender las convicciones, la construcción de un hospital público y un intento de asesinato. Villa es, claro, un relato sobre la amistad y la fé.
Con dosis de violencia y excelente fotografía la historia se desarrolla en un edificio que iba a ser un complejo habitacional y terminó a la buena de Dios, por eso le dicen lo denominan como un “elefante blanco”. Allí hay una villa de emergencia y se debate esta historia real que no es ficción, ocurre y seguirá ocurriendo mientras no se ponga coto a la desocupación y al narcotráfico.
Ricardo Darín está correcto cubriendo a Julián, que emula una especie de padre Mujica. De hecho, la producción está dedicada a Mujica, quien se ocupaba de hacer justicia social en las villas y entre los necesitados.
Teniendo en cuenta que cuesta encontrar películas argentinas interesantes y creíbles, “Elefante blanco” es una de las mejores opciones para ver en estos tiempos que nadie regala una entrada al cine.