Por quien aún doblan las campanas
Allá por los tormentosos años setenta, el padre Mujica fue asesinado por un grupo comando de las fuerzas de la Triple A que intentaron poner fin a su apostolado por los pobres y su eterna lucha por los desamparados. Paradójicamente, a la vez que su cuerpo moría una nueva forma de definir el sacerdocio y la vocación eclesiástica nacía, dando definitivos trazos a los que serían llamados Sacerdotes del Tercer Mundo.
La figura del Padre Mujica y su labor no violenta por los pobres lo llevó a ser considerado casi un santo entre la gente que diariamente se beneficiaba por su continua labor, particularmente en la Villa de Retiro que extraoficialmente lleva su nombre. Signo de los tiempos, su asesinato continúa hoy impune y su ámbito de voluntariado se muestra agigantado tanto en sus proporciones como en su problemática.
Pablo Trapero a través de su Elefante Blanco nos permite sumergirnos en ese mundo de marginalidad, clientelismo político y precariedad de una manera que se asemeja por momentos al documental dado su marcado realismo visual en la construcción de los espacios marginales.
El prestigio logrado en la promisoria carrera de Trapero le ha permitido contar con los medios económicos para solventar su apuesta estética y así lograr un retrato fiel de la marginalidad, como pocos directores logran en el cine argentino contemporáneo y que coloca a su obra en un importante lugar en el mercado cinematográfico latino y quizás mundial.
Bajo la omnipresente mirada e inspiración del Padre Mujica, la obra de Trapero nos cuenta la historia del Padre Nicolás (Jeremie Renier) un cura belga, quien tras sobrevivir a una masacre ocurrida en el Amazonas encuentra refugio en la obra llevada a cabo por el padre Julián (Ricardo Darín) en la Villa de Lugano. Signo de la idiosincrasia argentina y elocuente metáfora de ladrillos y desidia, el Elefante Blanco fue un proyecto hospitalario originado en el año 1937 con la proyección de ser el mayor centro asistencial de Latinoamérica, de la mano del proyecto matriz propulsado por Alfredo Palacios.
El emprendimiento fue detenido y retomado luego por el gobierno de Juan Domingo Perón, quedando nuevamente inconcluso con el derrocamiento de la Revolución Libertadora. El abandono del proyecto hizo que el lugar sea actualmente habitado por más de trescientas familias y allí es donde el Padre Julián trata de llevar sus labores de evangelización y voluntariado en medio del más inhóspito de los ambientes.
Junto con ambos padres, cientos de voluntarios día a día tratan de lograr una mejora en la precaria vida de los habitantes, acción en la que se ve comprometida también la asistente social personificada por Martina Guzmán. Los tres protagonistas principales deberán luchar con la burocracia, el clientelismo, las redes de narcotráfico y la constante sensación -que los abruma- de sentir que todo esfuerzo es en vano, en la medida en que la sociedad entera les da la espalda ignorando esta terrible realidad tan lindera en lo físico a las grandes urbes, como distante en sus modos de vida.
Las subtramas que trasuntan el relato son muy diversas: desde la no intervención del Estado, la vocación, las pulsiones humanas básicas, la desazón, el desánimo, el ser nacional, la falta de expectativas, tal vez demasiados frentes abiertos al mismo tiempo. Pero estos múltiples frentes no son antojadizos, dado que el film no nos proporciona respuesta alguna sobre la resolución de dichos conflictos, sino que los presenta frente a nosotros para que como espectadores y miembros activos de ese engranaje social nos cuestionemos nuestro propio accionar sobre esa realidad tan urgente como postergada.
Sin lugar a dudas, la excelente dirección, el guión y las actuaciones hacen de Elefante Blanco uno de los mejores films del año, con una visión honesta de la marginalidad y no un ejercicio burgués de limpieza de conciencia. Pablo Trapero nos ha puesto de frente con aquel discurso que no queremos ver y aquel Elefante Blanco es una metáfora de esa sociedad argentina de grandes anhelos y tristes realidades que somos: una estructura nacida para grandes fines pero abandonada en su construcción social.