Con creatividad y sensibilidad, el cineasta Gustavo Fontán presenta a través de Elegía en Abril una historia autobiográfica que gira alrededor de su abuelo poeta y la suerte de un libro póstumo que no alcanzó a ser distribuido. Nunca mejor dicho que una película combina documental y ficción como ésta, cuyo título cita el del libro de ese hombre llamado Salvador Merlino, punto de partida de un bello ejercicio cinematográfico. El director propone una experiencia singular para narrar esa situación que arranca con la búsqueda de unos olvidados envoltorios en lo alto de un placard, “reemplazar” a quienes hacían esa tarea –sus propios padres- con los actores Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg, que ocuparán sus lugares para desarrollar dramáticamente vivencias que tienen que ver con una íntima reconstrucción de la memoria. Como un ensayo puesto a la vista de un trabajo por editar que en realidad ya está –y muy bien- hecho, el film va desenvolviendo, al igual que esos polvorientos paquetes que guardaban ejemplares poéticos, una trama llena de sentimientos, evocaciones y pequeños tributos. Salpicada visualmente con apuntes sensoriales, estéticos y emocionales, Elegía de abril parece ser el mejor trabajo de Fontán, luego de su algo antojadiza La madre. El sustancioso aporte interpretativo de Quinteros, Aizenberg y el joven Federico Fontán redondean una breve pero entrañable joya.