Se dice que ninguna persona muere del todo si permanece en el recuerdo de quienes fueron sus seres queridos o en la memoria colectiva.
El poeta Salvador Merlino murió cuando su libro “Elegía de abril” estaba en proceso de impresión. Cuando los ejemplares estuvieron terminados su familia los guardó en el estante más alto de un placard y allí permanecieron durante cincuenta años.
El nieto de Merlino, el cineasta Gustavo Fontán (“El árbol”, 2006 – “La orilla que se abisma”, 2008 – “La madre”, 2009) tomó como punta de la trama argumental de la obra que se comenta el momento en que los hijos del escritor, María y Carlos, deciden retirar los libros del lugar en que estuvieron guardados durante medio siglo.
Las situaciones que se ven en pantalla son las habituales en estos casos: ideas y venidas, pequeñas discusiones en la forma de realizar la tarea, indecisiones, cambios de determinaciones, pedidos de ayuda (en este caso a Federico Fontán, bisnieto del poeta) y la pequeñísima parte con un rasgo de ficción está dada cuando los actores Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros llegan a la vivienda (usada como locación) para interpretar a “Elegía de abril”.
Gustavo Fontán vuelve a desarrollar una trama con un punto de partida (la decisión de bajar los paquetes de libros) y nada más, en la que da la sensación (y quizá sea lo que sucedió) que aprovechó toda situación surgida espontáneamente entre María y Carlos Merlino para transformarlas en escenas que, sin embargo, tienen continuidad.
Esta forma de trabajar le imprime un carácter de improvisación actoral a todo el desarrollo del guión, incluidos los trabajos de Aizemberg y Quinteros.
El realizador se preocupa mucho más por “recitar” que por “contar” mediante puestas en pantalla con una estética que sin dejar de ser “caseras” resultan sumamente atractivas. Colores que inducen a la nostalgia prevalecen en todos los ámbitos escénicos, los que parecen que no fueron armados sino buscados para el rodaje.
Todo lo que pasa en pantalla, pasa todos los días entre personas que toman determinaciones parecidas a las de los personajes (que no son tales) de esta historia (que es una historia real), pero para el espectador puede resultar como algo que le sucede a otros y que despierta en él poco interés.
La obra es la segunda de la trilogía “de la casa”. La anterior “El árbol” también tenía un punto de partida referencial (un conflicto) y las situaciones giraban alrededor del mismo sin subtramas ni historias paralelas.
Gustavo Fontán revivió el recuerdo de su abuelo, pero lo hizo con tan poca historia que sería interesante saber si el espectador conserva ese recuerdo más allá de la puerta de la sala de proyección.