Aquel Querido Mes de Abril
“Cuando deseen filmar, elijan historias cercanas a ustedes. Relatos que sean amenos. Temas que conozcan”
Esta frase me quedó impregnada en el recuerdo. La dijo mi profesor de dirección cinematográfica en el segundo año de la facultad. Su nombre: Gustavo Fontán.
Muchos directores no son fieles a sus palabras, sus obras no muestran aquello que enseñan. Se contradice el discurso con la obra. Pero en el cine de Gustavo Fontán, esta norma es llevada casi al extremo. No hay película que no sea personal, y cuando me refiero a personal, no hablo solamente de un pensamiento, una ideología, una temática similar. Gustavo Fontán es un antropólogo de su propio árbol familiar, que logra converger la poesía, el cine y la memoria.
Licenciado en literatura en la UBA, poeta, profesor y director de cine, Fontán empezó su carrera con cortos mediometrajes dedicados a la vida de otros poetas como Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jacobo Fijman. Desde ese momento, empezó la búsqueda de una estética que intercala ficción y documental.
Su primer largometraje que no se basa en una historia verídica es Donde Cae el Sol (2002). Aunque se inspira en la relación que tenía él con su propio abuelo, este último trabajo de Alfonso de Grazia, demostraba que el realizador podía contar un pequeño cuento, con sencillez, sutileza, elementos amenos y cotidianos, pero sobretodo fluidez narrativa.
Con El Arbol comenzó la trilogía de “La Casa” que, sigue con Elegía de Abril y terminará con La Casa.
Recuerdo que para ejemplificar su pensamiento, Gustavo siempre nos hablaba sobre como estaba realizando El Arbol, en que se basaba para grabarla. Porque más allá del hecho de grabar a sus padres, y tener como actor fetiche a su propio hijo, el director utiliza elementos de su infancia que son palpables y se pueden conectar con el pasado de todos.
Y ahí está la verdadera conexión del director con el público. No, en lo que provocan las imágenes en el momento, sino en lo que cada uno conecta con sus películas. Sus obras no solamente son audiovisuales, sino que son palpables, tiene aromas reconocibles. Esa casa, ese árbol, esa familia, no es nuestra, pero de algún modo es nuestra propia familia.
Compañeros míos de la misma facultad donde da clases Fontán, Marcelos Scoccia y Cyntia Grabenja grabaron el corto La Mia Casa, ganador en el último Bafici, que justamente muestra lo mismo. Como el árbol familiar de uno se puede convertir en el nuestro, si reconocemos lo extra cinematográfico. Hablo de elementos que no necesitan explicaciones.
Es por eso que valoro Elegía de Abril y El Arbol sobre el resto de las películas de Fontán. Porque a pesar de que Donde Cae el Sol y La Madre, sus obras llanamente de ficción tienen el lirismo y la temática, de estos seudos documentales, están ausentes de aquello, por lo que el cine el Gustavo más me gusta. Como su historia es la mía.
En el medio de estas obras, también realizó un homenaje extraño y vanguardista sobre la vida de Juan L. Ortiz. Un trabajo más cercano al cine experimental: La Orilla que se Abisma. Un trabajo hermoso.
¿Por qué la hizo? Quizás la necesidad de que pase el tiempo… Ya que Elegía de Abril no se puede hacer en cualquier momento. Es una película sobre la espera…
“Salvador Merlino, fue poeta. Su poesía celebra lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, a su vez, los aspectos más trascendentes del hombre”.
Esta es la definición que Fontán saca sobre su abuelo. Definición que quizas su nieto saque alguna vez de él.
Elegía de Abril, a pesar de todo no es la historia de Salvador ni sobre el último libro del mismo. Sino una mirada sobre los que están vivos: sus hijos Mary (madre de Gustavo) y Carlos (el tío).
A pesar de vivir juntos, Mary y Carlos están distantes. Les cuesta recordar la relación que tenían con su padre, y prefieren que su obra inédita, “Elegía de Abril” quede guardada en un ropero o se la lleve Gustavo.
En el principio, el director sigue a ambos desde dos perspectivas: la suya y la de su hijo, Federico que graba todas las acciones con una cámara casera.
Pero pronto ambos, se cansan de “actuar” y Fontán se queda “sin película”.
Por lo que resuelve llamar a dos actores profesionales para que “reemplacen” a su madre y su tío: Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros. El trabajo de ambos, obviamente es impecable, aunque los verdaderos son mucho más emocionantes.
Al igual que en Aquel Querido Mes de Agosto de Miguel Gomes, se pasa del documental a la ficción en un paso. En el medio solo vemos al equipo técnico definiendo que van a hacer.
Pero la estética no cambia en sí. Es un cine contemplativo, donde las conclusiones no se explican. El espectador se convierte en miembro de la familia a nivel literal y tiene que sacar sus propias conclusiones sobre porque las personas con las que vive, se comportan siempre de la misma manera, porque se relacionan de la manera en que lo hacen, porque se comunican como se comunican. Fontán no da respuestas, y no esperen un final conciliatorio de su parte.
El cine de Gustavo no solamente es rico a nivel visual, no solamente es preciosista en cada plano detalle, sino que además tiene varios matices narrativos, capas que se van explorando sobre la memoria que se tiene sobre los muertos y el tiempo. Porque más allá de que se vuelva o no monótono el relato, lo verdaderamente admirable es la paciencia que tiene para realizarlo y la eficiencia que tiene al transmitirlo.
Un lenguaje sencillo, belleza en lo simple, que a la vez habla de los aspectos más básicos y trascendentes del hombre.
Salvador Merlino hubiese estado orgulloso de él.