Una leona de dos mundos
Durante casi la mitad de su metraje, ELENA describe dos casas y dos viajes. La primera casa es el moderno, frío y elegante departamento de un barrio caro de Moscú en el que viven Vladimir y Elena. El es un hombre de mucho dinero –suponemos que es un empresario, pero nunca se aclara- y tiene unos 70 años. La Elena del título es su mujer, que ronda los 50 y con la que se tratan más como dueño y empleada, o paciente y enfermera que como pareja. Luego sabremos que el origen de esta relación fue ése: Elena fue la enfermera que lo cuidó y con la que este hombre, viudo, luego se casó.
El viaje (en tren y caminando) es el de Elena y la segunda casa es la de su hijo Sergei, de un matrimonio anterior. El vive en las afueras de Moscú dentro de un inmenso y decadente monoblock que está frente a lo que parece ser la planta nuclear de la apertura de Los Simpson. Casado, con un hijo adolescente (Sasha) y un bebé, Sergei no trabaja, bebe desde temprano y prefiere jugar a la PlayStation con su hijo que hablar con él sobre su futuro. Y el futuro de Sasha será clave en la narrativa: Sergei necesita plata para coimear el ingreso de su hijo a la Universidad (y así evitar que vaya al Ejército), ya que sus calificaciones no alcanzan. Y ese dinero sólo puede venir de Vladimir, el marido de su madre.
Pero Vladimir, como queda claro en sus charlas con Elena, no está convencido de darle ese dinero a los que, considera, son una “manga de vagos que deberían ponerse a trabajar”. En ese segundo viaje quedará claro que su estilo de vida es muy distinto: autos de lujo, música clásica y gimnasio elegante en el que se cruza miradas seductoras con mujeres mucho más jóvenes que él. Tiene una hija, además, que tampoco trabaja y prefiere gastarse la plata de su padre en vivir de fiesta. Pero es su hija, piensa Vladimir, y de todos modos la sostiene económicamente, aunque ella lo odia y nunca lo visita.
Toda esta larga introducción que ocupa media película debido a la forma pausada y precisa en la que Andrei Zvyagintsev (EL REGRESO) la filma, pinta a las claras estos dos universos al mejor estilo “los de arriba y los de abajo”, la vida de los más pudientes y los más postergados, separados por pocos kilómetros en la Rusia post-comunista. Elena está entre ambos mundos y ese lugar probará ser más complejo de lo que parece en la segunda parte del filme, cuando el asunto tome ribetes de film noir y, en cierto sentido, de película de suspenso.
No conviene adelantar mucho más porque, si bien ELENA es más un drama moral que un policial hecho y derecho, hay algunos detalles de la narración que son bastante sorprendentes y reveladores. La puesta en escena rigurosa de Zvyagintsev se tornará particularmente angustiante cuando la presión sobre los personajes crezca y la situación se vuelva, si se quiere, “hitchcockiana” en su vertiente más Chabrol.
Es esa puesta en escena seca y la forma en la que se combina con el relato policial lo más interesante de ELENA, cuya trama tiene similitudes evidentes con la literatura de Dostoyevksy y, por ende, con la reciente EL ESTUDIANTE, de Darezan Ormibayev. Hay un trabajo sugerente que funciona con el espectador a la perfección, llevándolo por etapas a zonas más y más oscuras no sólo de la trama sino de la sociedad rusa actual.
El problema, para mí, que tiene el filme, es que esa sociedad está pintada con trazos particularmente gruesos, especialmente en lo que se refiere a las diferencias de clase. El empresario frío, seductor y mal padre que sólo piensa en el dinero simbólicamente enfrentado al hijo de su mujer, un hombre poco afecto al trabajo y a su hijo adolescente al que no parecen sobrarle demasiadas neuronas. Uno escucha música clásica y no tiene contacto con el afuera mientras que los otros ven reality shows por la tele y beben desde la mañana. Esos opuestos exagerados puestos en confrontación tal como para que el espectador se sienta cómodo, en el medio entre esos extremos.
Por suerte –para el espectador y la película- en el medio está Elena, la protagonista. Ella pertenece a ambos mundos, y en su confusión, sus miedos y sus decisiones ante las circunstancias está el nervio del filme y su zona de mayor ambigüedad moral. Si bien son los personajes en los extremos los que evidencian su egoísmo, su crueldad o su irresponsabilidad, los que creen estar alejados de todo eso, finalmente, tampoco parecen tener las cosas mucho más claras.