Elena

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Traición, familia y propiedad

Elena es el nombre de este drama intimista con algún elemento de thriller que bucea sobre las relaciones parasitarias entre padres e hijos y lo hace a fuerza de una narración sutil y bien trabajada, con un despojo aleccionador o moralista bajo un código de una leve amoralidad.

El director ruso Andrei Zvyagintsev, quien hace varios años ya había sorprendido con otra película sobre la familia y la relación padre e hijo, llamada El regreso, vuelve a desarrollar una trama atravesada de tensión donde se pone en juego la condición humana desde su faceta menos complaciente.

Nada se hace por amor en esta película rusa contemporánea que tiene como marco referencial la fría atmósfera de un lujoso condominio habitado por un anciano con dinero, quien convive hace 10 años con la persona que fuera su enfermera, Elena (Nadezhda Markina), que más allá de su rol de ama de casa mantiene con la plata de su marido a un hijo completamente holgazán que ha formado una familia con un hijo adolescente, destinado a seguir los pasos de su padre, una mujer sumisa y un tercero que está por venir.

Por otra parte, la relación del anciano con su única hija es prácticamente nula hasta que se produce un incidente que provocará un encuentro fortuito entre ambos y a partir de ese hecho toda una serie de situaciones en relación a la herencia y al legado donde la protagonista del relato cobrará un papel decisivo.

Sin necesidad de revelar más información sobre la trama, lo único que resta por decir es que más allá de su previsibilidad y alguna que otra licencia del guión, Elena es un cruel y despiadado retrato del individuo en función a su comportamiento grupal cuando pesa la progenie y la sangre en algo que se parece mucho a una familia; es un breve tratado sociológico de la conducta humana en situaciones límites cuando los dilemas morales y la culpa religiosa queda fuera de discusión o por lo menos desplazada a un segundo plano.

La virtud de este film ruso consiste por un lado en la línea que logra trazar su director al tomar distancia de sus personajes con una cámara no intrusiva en rol observador, eso permite a la historia y a sus personajes un mejor crecimiento dramático en el que el uso de los tiempos muertos o los planos secuencia permiten que el relato fluya sin interrupción pero a un ritmo lento que abre el espacio a la contemplación y a la reflexión si es que el público está dispuesto a hacerlo.