Los afectos en la balanza
es una historia simple. Sin demasiadas vueltas ni recovecos. Y sin embargo retrata un momento crítico en la plácida vida de una mujer sencilla y afectuosa, que se ve arrinconada por una situación, y empujada a tomar una decisión que parece ir contra su propia naturaleza.
Elena (Nadezhda Markina) está casada con Vladimir (Andrey Smirnov), un hombre jubilado pero de fortuna. La relación entre ambos es algo peculiar: duermen separados y por momentos Elena parece una sirvienta y no una esposa. Sin embargo se percibe el afecto, el acuerdo parece funcionar, y el único punto en el que no coinciden es en la crianza de sus hijos de matrimonios anteriores. El hijo de Elena está desempleado, y tiene una familia a su cargo. La hija de Vladimir tampoco persigue un objetivo claro en la vida y casi no ve a su padre. Pero no reniega del dinero que él le pasa.
Así, el filme se atreverá a poner en la balanza de cada uno de sus personajes sus prioridades afectivas, y las decisiones que toman en función de ellas.
Es un filme intimista, con pocos escenarios, y mucho uso de los primeros planos y secuencias largas en las que, incluso alguna torpeza del actor (como que se le caiga una cajita de fósforos) se deja, no se edita, porque, aunque involuntaria, forma parte de la composición del estado de ánimo del personaje en ese momento.
Con ritmo lento, el director Andrey Zvyagintsev, deja que las miradas, los gestos, incluso los ambientes hablen por los personajes. Hay tanta información en lo que se ve como en lo que se dice. El punto de vista del director es entonces simplemente narrativo y no toma partido ni juzga a su personaje central, se limita a mostrarla, y deja que el espectador se identifique, o no, con lo que a esta mujer le sucede. Quedará en cada uno valorar la decisión de Elena.