Nunca es tarde para amar
“Hace dos días yo tenía mi vida, salí a dar una vuelta, una cosa llevó a la otra…” Y allí está Bettie, atravesando la Francia profunda en su auto durante cuatro días, de un extremo al otro -Bretaña, Auvernia, Saboya-, en una suerte de road-movie de abuela con un nieto a cuestas. En verdad, la vida que llevaba Bettie en su pueblo de Bretaña no era fácil: viuda, viviendo con su madre, con un restaurante familiar en quiebra, sin crédito en el puerto, para colmo con un amante clandestino que acababa de cambiarla por una joven de 25 años y embarazada. Por eso, sale ofuscada en su coche en un viaje sin fin.
El film dirigido por Emmanuelle Bercot (actriz y coguionista de Polisse) se constituye en un homenaje a la gran actriz que sigue siendo Catherine Deneuve, con su belleza mítica radiante a pesar de la edad (ya cumplió 70). Rodada con muchos primeros planos, la actriz está presente en casi toda la película: la cámara se detiene en su rostro, su pelo, sus manos, su marcha, su fruición al fumar, como si quisiera hacer humo toda su angustia. Ella sostiene siempre la narración, que va cobrando distintos giros, cambiando la dirección y el destino del viaje. Después de varios avatares, encuentros y desencuentros, su reunión con un nieto casi desconocido le da al viaje, externo e interior, un giro decisivo. Juntos realizarán una variada peripecia que significa también la entrada de Bettie en la tercera edad. Y Bettie demuestra que aún entonces se puede ser bella, abierta a vivir aventuras y a disfrutar del amor.
Con certeros toques de humor, Catherine se permite reírse de sí misma, como en la secuencia de la sesión de fotos de las Reinas de las regiones de Francia en 1969. Y allí (attention aux vétérans!) hablando de mujeres maduras, también está Milène Demongeot como Fanfan, la amiga que la ayuda en su momento de crisis.
El film -como quedó dicho- está hecho a medida de Deneuve, pero significa también una rememoración del cine francés, con evocaciones de grandes directores. La más bella, quizás, es el episodio a solas con el viejo que lía un cigarrillo, que parece salida de un documental de Raymond Depardon. Todo el elenco -profesional y no- la acompaña dignamente: en niño Nemo Schiffman (hijo de Bercot y nieto de Susanne Schiffman, brillante colaboradora de François Truffaut), el artista plástico Gérard Garouste, Claude Gensac como su madre, la cantante Camille como su hija.
Con un final edulcorado que no se merecía y con una banda sonora algo subrayada, Ella se va no deja de ser una pequeña y agradable película a la cual se le terminan perdonando sus lugares comunes.