Un vehículo a la medida de su estrella
La road-movie de Bercot tiene un poco la misma, antigua nobleza del veterano Mercedes Benz que el personaje de la Deneuve maneja cuando sale a comprar cigarrillos y se descubre viajando muy lejos de su casa, de su madre y de su trabajo.
Lo primero que debe decirse de Ella se va es que se trata de un vehículo para el lucimiento exclusivo de Catherine Deneuve, preparado a medida por la directora Emmanuelle Bercot. Y no es un mal vehículo, por cierto. Tiene un poco la misma, antigua nobleza del veterano Mercedes que Bettie (el personaje de la Deneuve) maneja a lo largo de las casi dos horas de película cuando, harta de las ollas y sartenes de su cálido restaurante de provincia, sale inopinadamente a comprar cigarrillos y se descubre viajando muy lejos de su casa, de su madre y de su trabajo. Y de su tremendo mal de amor.
No es que Bettie no haya tenido experiencias en su vida. A los 19 años fue Miss Bretagne, a los 20 perdió en un choque a su novio de entonces y es viuda de su primer marido, con quien tuvo una hija con quien nunca se entendió. Pero parece que un tal Etienne (a quien nunca se ve en pantalla) es capaz de hacerla volver a fumar como una chimenea. Y en ese arrebato, Bettie de pronto evidencia que tiene la necesidad de viajar tanto al pasado –para recuperar el afecto de su hija y de su nieto– como a un presente más grato, más dulce, más libre.
Hay ciertos lujos que la Deneuve se da en Ella se va: que su personaje sea el de una mujer de unos 60 años, cuando la actriz ya va por los 70; que un joven y apuesto desconocido insista en llevársela a la cama (y finalmente lo consiga), y que ése no sea el único halago que un hombre le dispensa en la película. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, en la pantalla se habla de Bettie, pero todos sabemos que se trata en verdad de la actriz de Belle de jour, de Tristana, de Repulsión. Y aquí aparece como liberada de toda esa carga, jugando quizás a la mujer que querría ser, sin maquillaje, cuando deje atrás, por ejemplo, los compromisos que la atan a su imagen y a las publicidades de L’Oreal.
Más allá de Mme. Deneuve, el guión y la dirección de Emmanuelle Bercot –una actriz que ha tenido suerte como directora: cada uno de sus tres largos para cine participó respectivamente de los festivales de Cannes, Venecia y Berlín– tiene sus altos y sus bajos. Entre los puntos altos hay que mencionar la facilidad con que va enhebrando distintos encuentros entre Bettie y los personajes con que se tropieza en su peculiar recorrido hacia el pasado. Uno de estos cruces se impone como particularmente valioso: es cuando Bettie –en un día feriado en el que no se ve un alma en la calle– encuentra en un viejo campesino, casi incapaz de liar un cigarrillo por su temblor en las manos, un fugaz pero sabio compañero con quien compartir el tabaco. Aquí también Deneuve demuestra que es capaz de integrarse a cualquier escena y jugar de igual a igual con un actor no profesional. Y que ambos parezcan de la misma talla en la pantalla.
Otro buen momento de Ella se va es cuando Bettie se reencuentra con sus antiguas compañeras de Miss Bretagne, a cuál más veterana, y entre quienes la protagonista no se siente precisamente cómoda, al punto de que el asunto termina en papelón... Para Bettie, por supuesto. Menos afortunado, en cambio, es el reencuentro con su hija, porque aquí el guión pesa más que la puesta en escena, el film pierde en ligereza y gana en lugares comunes, con previsibles reproches de ambas partes. Tampoco es demasiado feliz el forzado happy end, donde una película que nace abierta al azar y a la pequeña aventura cotidiana termina encerrada víctima de los prejuicios de aquello que se supone espera el gran público de una comedia esencialmente amable como ésta.